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la tribuna

José Nevado

La falsedad de la evidencia

SIEMPRE se ha dicho que lo evidente no necesita demostración, o sea, que no es necesario esforzarse ni mucho ni poco para que las personas se convenzan de que durante el día reina la claridad y que son las tinieblas las que mandan en la noche. Pero esta certeza hace tiempo que se puso a debate. Lo más discutido desde entonces es lo incontestable. Diversas emociones se han hecho más fuertes que la razón o los mismos sentidos, y se abren camino frente a todo lo que es obvio. Los responsables políticos se escaquean de sus responsabilidades más graves con quiebros tales como "total, por cuatro trajes" "o yo no era responsable cuando se gestionaron los ERE". Mas, cuando a pesar de todo tienen difícil la salida, acuden al "y tú más" enlodando el escaso espacio no embadurnado de vilezas que nos queda.

El sostenella y no enmedalla contra toda evidencia, además, se extiende como mancha de aceite por todos los predios y es asumido por todos los oficios. Reparemos en Mourinho: ¿ha reconocido este hombre un error siquiera en una ocasión?, ¿y los banqueros, sabe alguien del alguno que haya admitido que metieron la patita aunque sólo fuera un poquito? No; pero todos sabemos que Mou es un megalómano imperial menos él (¿?) y que los banqueros son los centrocampistas de la crisis.

Esta actitud de agresiva negación de lo palmario siempre ha sucedido, sobre todo en nuestras sociedades abrumadoramente católicas, pero lo que sucede en la España de los últimos años es para nota. Es más que probable que a fuerza de taponar, de aplastar, de mutar la evidencia, estemos quemando el conocimiento cierto o algo aún más relevante: imponiendo la falsedad como la verdad triunfadora. Ello traerá consecuencias que nadie pueda advertir ahora, aunque se pueda anticipar que no serán nada amables.

En el espacio breve de nuestro tiempo presente, esta lucha contra las tozudas certezas ha dado dos ejemplos memorables con resultados bien distintos. Uno fue la ofensiva del presidente Aznar y su Gobierno proclamando que ETA estaba detrás de los atentados terroristas del 11-M, y no otros canallas. Pretendían imponer como cierto una macana de difícil digestión, pues los primeros humos de aquellas bombas olían a chilabas furiosas. El otro ejemplo viene de largo y es aún más penoso: se llama corrupción. Esta fiera se mueve por la plaza del pueblo sin que nadie logre placarla. Decenas de dimisiones, centenares de condenas e imputados y todo el papel y la tinta y las denuncias imaginables no han podido con ella, sino que, muy al contrario, ha logrado convivir con todos nosotros como si tal cosa y llegar a estar representada en ocasiones gloriosas por políticos, empresarios y líderes sociales a los que votamos, respetamos o admiramos.

Sin que parezca tener el alcance de los anteriores ejemplos, desde hace unas semanas el actual Gobierno del PP y su partido coquetean con otro embeleco de este porte. Al parecer pretenden que pasen las elecciones andaluzas para hacer públicas las medidas económicas más impopulares. Piensan que de ser conocidas ahora erosionarían sus perspectivas electorales. Están confiados en esta estrategia porque les dio buen resultado en las generales. Los socialistas no lograron arrancarle gran cosa durante la campaña y las únicas dudas partieron de la boca de Aguirre, Cospedal o su mismo portavoz Pons, pero poca cosa. Sin embargo, todo avisa de que en esta ocasión toman mayores riesgos. Aunque es verdad que el Gobierno casi no se ha estrenado, tampoco es ya virgen. La subida de impuestos "que no estaba en el programa" ha puesto a no pocos decisivos votantes en alerta. Y la recién aprobada reforma laboral ha provocado la primera movilización de los sindicatos con un inesperado respaldo ciudadano. La paz social es frágil, recordemos. Así, el ala más dura del partido del Gobierno advierte que la estrategia ganadora es la que anticipa con determinación aquello que vas a hacer por tremendo que parezca. Pero Rajoy no hace caso.

Sin embargo, no debería ir tan seguro; Merkel e incluso los mercados, podrán esperar unas semanas a que se aprueben las medidas más duras porque conocen algo más que la música sobre ellas, pero acaso los andaluces, o un número significativo de ellos, no. Una muestra de la débil credibilidad del país y la alta probabilidad de caos ante la mínima duda la vimos el pasado 14 de febrero con la filtración de Bruselas a la que puso altavoz la agencia de noticias Reuters, el primer párrafo de la noticia rezaba: "La Unión Europea podría tomar medidas antes de mayo contra el nuevo Gobierno español por retrasar la introducción de nuevas medidas de austeridad hasta la celebración de las elecciones autonómicas en Andalucía el mes que viene, dijeron a Reuters fuentes cercanas al proceso."

Pero entre las virtudes que definen a los andaluces están las de la sabiduría vieja y una gran dignidad. Y estos rasgos de su carácter no parecen compatibles con ese juego inmoral de escamotear las medidas de ajuste más definitivas hasta después de las elecciones del 25-M. Es éste un juego peligroso para el PP. El ocultamiento clamoroso de lo obvio puede excitar más que clamar a un electorado que ahora está desencantado con los socialistas.

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