la ciudad y los días

Carlos Colón

El fantasma de una ópera

ESTOS alemanes están locos, que diría Obélix. O tienen un gen desquiciado que de cuando en cuando hace de las suyas. ¿A quién se le podría ocurrir programar la ópera favorita de Hitler el día de su nacimiento? Pues a un alemán. Concretamente al director de la Ópera de Berlín, Herr Christoph Seuferle, que ha tenido la siniestra humorada de programarla para el próximo 20 de abril, fecha del nacimiento del monstruo que desató la desquiciada monstruosidad de una nación. El coro de protestas, afortunadamente, ha obligado a posponer la representación. Aunque como los alemanes son muy suyos, del 20 la ha pasado al 21. Será de ver, si se corre la noticia, un teatro de la ópera lleno de cabezas rapadas neonazis celebrando el cumpleaños de su ídolo.

La cosa es menos anecdótica de lo que parece. El joven Hitler oyó Rienzi por primera vez en Linz. Quedó fascinado. Años después su amigo August Kubizek afirmó que en ese momento intuyó su destino: "Mi amigo caminaba por las calles, serio y encerrado en sí mismo, las manos profundamente hundidas en los bolsillos del abrigo, hacia las afueras de la ciudad… Estaba más pálido que de costumbre… Como impulsado por un poder invisible, ascendió hasta la cumbre del Freinberg… Tomó mis dos manos y las sostuvo firmemente… En imágenes geniales, arrebatadoras, desarrolló ante mí su futuro y el de su pueblo... Hablaba de una misión, que recibiría un día del pueblo, para liberarlo de su servidumbre y llevarlo hasta las alturas de la libertad".

De ser verdad esta anécdota -que Hitler corroboró muchos años después ante Cosima Wagner diciéndole: "entonces empezó todo"- es una tragedia que al majara no le diera esa noche por la frivolidad de La viuda alegre o la vulgaridad de un cabaret en vez de por la solemnidad de Rienzi. Peligros de la cultura.

Para empeorar las cosas, durante el III Reich la víspera del 20 de abril se solía celebrar un concierto conmemorativo del nacimiento del Führer, interpretado por la Filarmónica de Berlín. El más famoso fue el de 1942 que dirigió -se dice que llevado a rastras desde Viena- Furtwängler quien, tras la bochornosa sesión, se negó a participar en los siguientes conciertos natalicios que fueron dirigidos por Knappertsbusch. Existe una filmación en la que el director se limpia discretamente la mano tras estrechar la de Goebbels. En el 42 se interpretó la Novena Sinfonía de Beethoven. Pero Ludwig no fue un antisemita rabioso ni un pangermanista majareta, como Wagner, sino un ilustrado tardío y un romántico precoz. Por eso su música no quedó contaminada como banda sonora del nazismo: oyéndola no entran ganas de invadir Polonia.

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