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La tribuna

Gumersindo Ruiz

El fantasma del proteccionismo

EL mundo se divide en dos tipos de países: aproximadamente la mitad son los que padecen intensamente, de manera directa, la crisis; y la otra mitad, los que están siendo afectados de forma indirecta por ella. Esta situación ha provocado la reaparición de un fantasma que recorre el planeta, de Washington a París, de Londres a Delhi, y sólo encuentra rechazo ante la fortaleza de Bruselas, donde los responsables europeos se esfuerzan en mantener una cierta coordinación de las políticas y los mercados abiertos a la libre competencia.

Desde el principio, y pese a que pronto se reconoció el carácter global del problema, en un mundo interdependiente y "plano", como describió con fortuna Thomas L. Friedman, algunos han pretendido vanamente aislarse, tomar medidas proteccionistas, hacer que los efectos del gasto público se queden en el país, y generar demanda de consumo y empleo local. De ahí han surgido declaraciones, primero en Estados Unidos, y también en España, sobre la conveniencia de comprar productos nacionales, luego las protestas de los trabajadores en Inglaterra por el empleo de extranjeros por parte de multinacionales y, en fin, las palabras del presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, diciendo: "Es justificable que una fábrica de Renault construya coches en la India, y que se vendan allí; pero no lo es que si ponemos una fábrica en la República Checa nos vendan esos coches a los franceses".

Está claro que las ventajas de obtener precios más bajos por producir en países con mano de obra más barata y peores condiciones laborales, son insuficientes cuando el problema principal al que se enfrentan los gobiernos no son los precios, sino el paro.

La nueva hostilidad hacia la globalización surge ahora en aquellos países que, por sus posiciones de dominio, más habían defendido y justificado los evidentes beneficios del intercambio en términos de bienestar y crecimiento. Alemania ha actuado hasta ahora como si la crisis le afectara menos que a otras economías de su entorno, gracias a su fortaleza y capacidad para adaptarse a unas condiciones adversas, pero la primera potencia exportadora del mundo se encuentra también severamente dañada. Los países de la Europa del Este, que han sido el campo natural de expansión de la empresa centroeuropea, son especialmente vulnerables y pasan por una delicada situación en cuanto a exportaciones, acceso al crédito y depreciación de sus divisas. Porque el problema hoy no es tanto cómo y qué producir, sino a quién se vende, y así tenemos a China cuyas exportaciones han caído un 15%, pero que ha reducido sus importaciones en un 45%.

La reunión celebrada el pasado domingo, a iniciativa de Alemania, es una de las que preparan la reunión de abril, en Londres, del Grupo de los 20, y muestra la nueva preocupación hacia la coordinación de las políticas. Europa, que nació como una comunidad para repartir las cuotas de producción del carbón y el acero, ahora debería actuar como la comunidad europea de la energía, el sistema bancario y el automóvil. Lo primero, para impedir espectáculos de descoordinación como el vivido en enero pasado cuando Rusia cortó el suministro de gas; el sector bancario, para evitar tratamientos discriminatorios en la intervención del mismo; y el automóvil, por tratarse de un sector clave en el que no puede permitirse una política de sálvese quien pueda.

Europa, que sido capaz de superar la guerra entre sus naciones y el sentimiento romántico de los nacionalismos, que ha conseguido que los países renuncien a algo casi sagrado como es la moneda propia, tiene que encontrar ahora la forma de evitar el proteccionismo. Esta ola nacionalista tiene su origen en fallos de coordinación entre los países, y nada ganamos con manifiestos y llamadas ingenuas a la libertad de comercio, si no vamos a la raíz del problema. Como nos decía recientemente el profesor José Luis Sampedro, la libertad es como una cometa que no vuela sola; vuela porque está atada, y su atadura es la responsabilidad; sola en el aire, se rompería. La libertad actual de los intercambios, el libre mercado en Europa, pasa por la responsabilidad de la coordinación de las políticas.

No existe una fórmula, una medida o conjunto de ellas, que proporcionen una cura para la enfermedad que padecemos; la coordinación institucional, que en otros momentos podía considerarse un mecanismo de avance para una sociedad más próspera, hoy es algo vital, urgente, para evitar la catástrofe.

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