PARA celebrar, sin duda, que han "arreglado" el problema del cambio climático comprometiéndose a reducir las emisiones contaminantes... en el año 2050, los líderes más poderosos del mundo, el llamado G-8, se han dado un festín. Para festejar que imponen a las naciones emergentes -a las que ni siquiera invitaron a debatir- medidas de limitación de su crecimiento, se ha despedido con un banquete imperial (el encuentro era en Japón). Para solazarse por haber aprobado 6.360 millones de euros a fin de paliar la crisis alimentaria y, a la vez, haber bajado la ayuda a África, se pusieron hasta la corcha, probando hasta diecinueve platos tan exquisitos como el congrio con azucenas. No pasaron hambre en la cumbre contra el hambre.

Es fácil denostar a estos caballeros que ni siquiera disimulan la ostentación de su riqueza y prepotencia. El mundo camina sobre un polvorín mientras ellos disfrutan del congrio con azucenas después de un sinfín de reuniones que no resuelvan nada y continúan reservándose el derecho de veto a incorporar a países que son las potencias del futuro (China, India, Brasil...), sin las cuales no habrá soluciones a los conflictos de la economía global, la penuria, la deslocalización, la energía y los precios. Entre los ocho, más el presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso, se encuentran algunos de los más notorios petardos de la política contemporánea. De ahí que no extrañen su insensibilidad y miopía.

Ahora bien, ¿acaso van por libre o más bien son representativos de sus respectivas naciones que les han elegido democráticamente? Ésta es la madre del cordero, que resulta molesto decir en público. Lo único que hacen estos mandatarios, aunque grosera y cínicamente, es defender el modo de vida de la minoría rica del mundo, a la que pertenecemos. Si mantuvieran otra postura tendrían que decirnos que nos olvidáramos de las familias con varios coches, el aire acondicionado a tope en todas las habitaciones, el trabajo de millones de empleados en la industria contaminante, segundas residencias, ordenadores y televisores en cada cuarto, etcétera. También tendrían que convencernos de que no exigiéramos máxima rentabilidad a los fondos en los que hemos invertido nuestros ahorros y pensiones y de que renunciásemos a subvencionar a nuestros agricultores para que puedan competir con ellos los campesinos de las naciones pobres. Creo que no lo van a intentar porque saben que no se lo permitiríamos.

Con eso no pretendo excitar nuestra mala conciencia ni exonerar a las clases dirigentes nativas que esquilman a la humanidad subdesarrollada. Únicamente sugiero que los Bush, Berlusconi y demás no son unos fantoches que actúan a su aire, sino nuestros dirigentes.

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