Luciendo ufano el soñado y conseguido listón de los 50.000 socios, el Betis juega esta noche en el viejo Madrigal ante un Villarreal en depresión. Tras lograr lo que nadie alcanzó nunca al sur de Madrid, el equipo de Setién afronta la responsabilidad de confirmar las sensaciones ofrecidas hace dos semanas frente al Celta. Sería, además, reafirmar lo que se anda pretendiendo en Heliópolis, acercar el potencial deportivo al social.

Espera al otro lado del campo un buen equipo con muy buenas individualidades, pero que atraviesa una fase de depresión. Dos derrotas en los dos partidos que lleva esta Liga es el bagaje de la tropa de Escribá. Un penalti inexistente en el Ciudad de Valencia y una exhibición de la Real en Anoeta es lo que le ha ocurrido al equipo de La Plana para ese cero puntos en su casillero. No obstante, su calidad, bien contrastada, hace suponer que todo esto será un mal pasajero.

Y ojalá no empiece hoy su reacción, pero que esa reacción va a llegar más pronto que tarde parece innegable. Ante esta tesitura, el Betis, ese Betis que Setién anda modelando para que parezca una imagen de sí mismo, va con el ánimo alto. Pero ya se sabe que el ánimo alto deriva, a veces, hacia una nociva suficiencia. Es lo que Setién trata de eludir y así se desprende de su discurso en la conferencia avant match del viernes. Y es que no está mal, en ocasiones, echarle agua al vino.

El Betis lleva años sin ganar en Villarreal, pues la última vez lo hizo mediante gol de Capi, conque ya ha llovido desde aquel día. Todo este tiempo de sequía coincide con el largo periodo de despersonalización verde, blanca y verde, por lo que hay que creer que con el cambio de hogaño puede romperse la larga racha de disgustos. Y llega esta cita con la alegría de ese número de clientes fijos con los que cuenta de forma incondicional y debe ser acicate para igualar potenciales.