FERIA Toros en Sevilla hoy | Manuel Jesús 'El Cid', Daniel Luque y Emilio de Justo en la Maestranza

La ciudad y los días

carlos / colón

La fiesta optativa

LO bueno de la Feria es que, a diferencia de la Semana Santa, no invade la ciudad. Bendita invasión, dirán quienes la viven. Pero, ¿y quienes no lo hacen? Además la Semana Santa no dura razonablemente siete días, sino diez. La Feria, en cambio, aunque la estiren tres días más, se queda allí, quietecita. Afecta a Los Remedios pero deja en paz al resto de la ciudad. Quien la quiera, vaya allí. Y quien no, quédese en su barrio sin ser importunado. Como hace un servidor desde hace más de 20 años. No por demérito de la Feria, que es una hermosa fiesta, sino por lo soso de mi carácter y mi amor al silencio (con minúscula y con mayúscula).

Pero lo mejor de la Feria no es su confinamiento tras sus pacíficas murallas de lona, sino su carácter no emocionalmente obligatorio. Aunque no carezca de emociones ligadas a la memoria, esta libertad emocional es la más significativa diferencia entre la ella y la Semana Santa. Naturalmente no me refiero a aquellos que ni las sienten ni las padecen, a quienes las dos fiestas les importan un pimiento y viven libres como un globo que se le escapa a un niño -¡oooooh!- en la bulla (personalmente prefiero los ritos de la ciudad porque sin ellos, como le dijo el zorro al Principito, "je ne saurai jamais à quelle heure m'habiller le coeur").

La Feria puede dejar de vivirse, tras haberla vivido o que nuestros padres lo hayan hecho, sin desgarrón emocional; la Semana Santa, no. Incluso entre quienes viven la Feria con intensidad es tan infrecuente ver llorar de emoción en una caseta como frecuente es verlo ante un paso. Aunque se sea ateo. Aunque no guste esa fiesta. Esta es la diferencia que las separa. Llamémosla Dios, si queremos. O su nostalgia. O simplemente la vida, con toda su carga de recuerdos.

Quienes sienten la Semana Santa, o son hijos de quienes la han sentido, lo tienen difícil si las cosas se tuercen. Piensen en quien esté harto de la actual Semana Santa. ¿Qué hace? ¿Selecciona? Es una solución. Pero obliga a tirarse al Niágara de las bullas pos-cívicas y sortear los aforamientos. ¿Quedarse en casa? El suplicio de Tántalo. ¿Irse? ¡Imposible! O dificilísimo. Y doloroso. Una sensación de destierro. En cambio a la feria va quien quiere y quien no la pisa no se siente culpable, como si traicionara al padre, en el patio, con su túnica negra. Es que en la licenciatura de la vida sevillana, la Semana Santa es troncal y la Feria, optativa.

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