PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

La fiesta silenciosa

HABLAR de fiesta y de silencio es unir términos por lo general muy antagónicos. Todo lo festivo es sinónimo de algarabía y bullicio, cuando no de ruido ensordecedor. Por eso es tan llamativo e insólito que en Sevilla una discoteca se promocione ofreciendo vivir una fiesta silenciosa. La Sala Obbio, que últimamente se ha dado un barniz cultural a ciertas horas con proyecciones de cine, actuaciones de teatro y conciertos de jóvenes músicos, quiere significarse en el mercado del ocio y las copas tanteando si hay gente interesada en estar durante un tiempo de modo relajado, y variar de registro sin abandonar el mismo local mediante la cesión de auriculares inalámbricos para escuchar y/o bailar la música que propone la sala. La idea también permite que públicos de gustos distintos compartan un mismo espacio. Obbio prevé contar esta noche con 200 auriculares. Queda por definir el número de silencios...

Las asociaciones de vecinos que defienden con más celo el derecho al descanso se sentirán muy felices si este experimento se torna en la moda a seguir. Muchos locales nocturnos no tienen buena insonorización y tienden a tener abiertas las puertas en las noches más pandilleras. Y los otorrinolaringólogos establecerán objeciones a la innovación si se generaliza el uso excesivo de los auriculares para escuchar música discotequera con el volumen a tope.

El quid de la cuestión es el comportamiento de la clientela. Buena parte del gancho de los locales de copas se basa en sentirse arropado por la música a tope y a partir de ahí desenvolverse sin hacer ruido y de cualquier manera, desinhibida o modosa. El ruido es el motor de la puesta en escena, protege y propicia. A priori, es más fácil que los locales de ambiente tranquilo añadan a sus alicientes la opción de música mediante auriculares. Al revés, dudo que cambien los hábitos, el silencio no está en boga y el ruido en público lo tapa todo, que es de lo que se trata cuando el individuo se convierte en masa.

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