CREERÁN el astro portugués y todo el madridsmo que la fiesta del sábado en Zalacaín es la única que merece pompa mediática en el fútbol nacional, mundial y de cuantas se celebraron y se celebrarán por debajo de la estratosfera. Pero ni Florentino se acercó.

Como buen niño mimado, para evitar la rabieta de Cristiano Ronaldo, ni el mayor ridículo recibido por el Real Madrid en su historia en un derbi fue motivo para que los organizadores se plantearan, cuando menos, hacer algo más discreto o dejarlo para otro día si se sabía que el aparato de prensa rosa que acompaña a todo lo que rodea a los vestuarios en los que se mea colonia estaba avisado. Cuando en muchos clubes después de los partidos es obligatoria una cena con alta carga de carbohidratos para compensar el gasto de glucógeno, la cena-fiesta organizada por el Balón de Oro, que dicen que acabó a las seis de la mañana, será el acontecimiento que probablemente reciba más menciones en televisión esta semana. Los adeptos al portugués llevan años luchando contra la imagen frívola que Cristiano se ha creado desde su llegada al Real Madrid haciendo circular en las redes sociales todas las operaciones que el portugués costea a niños que conoce por casualidad o los gestos de altruismo que protagoniza, acciones loables que quedan minimizadas cuando esas mismas redes desvelan que contrató a un cantante colombiano para amenizar la fiesta exclusiva para 150 invitados o que cantó en un karaoke con un micrófono de brillantes.

Juergas de futbolistas las ha habido siempre, desde las que acudía Lola Flores hasta la fiesta de Halloween en casa de Benjamín, pero jamás alguna fue tan inoportuna, con tanto niño repelente y, posiblemente, con tan poco arte como la de Cristiano, a quien para verlo cantar Lopera ni se habría molestado en quitarse el batín. Y todavía se vio legitimado para llamar a un periodista "imbécil" y "poco inteligente".