La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El fin de San Buenaventura

Vergüenza de poblachón con ínfulas de capital que sólo conserva dos confiterías históricas y ninguna cafetería

El Horno San Buenaventura solicita su liquidación. Malísima noticia para sus trabajadores, lo primero. Y después para quienes entendemos Sevilla como algo más que una gran superficie en la que comprar, una franquicia en la que consumir, un parque temático para turistas y un espacio indiferenciado que se habita con indiferencia, sin memoria y sin querencias.

Me pregunto por qué Barcelona conserva el Cafè de l'Ópera desde el siglo XVIII, la Granja Viarder desde 1870, Els Quatre Gats desde 1897 o las Pastisseria Mauri desde 1929; por qué Madrid conserva la Antigua Pastelería del Pozo desde 1830, El Riojano desde 1855, el Gijón desde 1888, La Mallorquina desde 1894 o Mallorca desde 1931; por qué Bilbao -no se trata sólo de las grandes capitales con muchos habitantes, sino de ciudades bien habitadas- conserva la Martina de Zuricalday desde 1830, Arrese desde 1852, el Iruña desde 1910, el Café Bilbao desde 1911 o La Granja desde 1926.

Y por qué nosotros no conservamos ni un solo café histórico -¡ni uno!- y únicamente una confitería que haya resistido con su decoración original -La Campana: 1885-, otra que lo ha hecho cambiando de fisonomía -Ochoa: 1910- y pare usted de contar. Cerraron el Café Madrid, el Gran Café de París, La Punta del Diamante, el Gran Britz, Los Corales, Riviera, Vía Veneto… Cerraron el Horno San Isidoro, La Española, Los Estepeños, Filella. Cerró… Se Desfiguró… Se derribó… Ésta es la triste canción que canta Sevilla desde los años 60. En todas partes cierran comercios históricos. Pero no todos. ¿Conocen alguna ciudad europea de tamaño similar a la nuestra que sólo conserve una confitería histórica intacta y haya perdido todos sus cafés? El Comercio (1905) o El Europa (1925), bares en los que se puede tomar café, son nuestro consuelo.

En su último artículo, publicado el 30 de mayo de 1968, escribió Romero Murube: "Hay quien no conoce más que el oropel de las pasajeras apariencias, y cambia el latón por oro de muchos quilates. Y Sevilla, a este paso, de ser una ciudad con fisonomía propia e inconfundible, se convertirá pronto en un poblachón internacional de calamina a gusto sólo de mercaderes ambiciosos". Medio siglo después somos ese poblachón. Un día las setas, otro la plaza del Pan, otro más la taxidermia turística que ha disecado el entorno de la Catedral… Y la pérdida de trozos de su historia, como San Buenaventura, en los que se había ido escribiendo, día tras día, la historia cotidiana de la ciudad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios