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Por montera

Mariló Montero

El fin de la pobreza

HEMOS abordado tanto este tema que confieso sentir cierto recelo a la hora de reincidir con una nueva reflexión. Pero en el fondo, a usted como a mí, nos pasa lo mismo: deseamos que se acabe la pobreza en el mundo. Por eso le damos otra oportunidad. ¿Y por qué insisto? Porque se ha renovado mi esperanza después de haber asistido a una Asamblea sobre la Crisis Alimentaria organizada por el Instituto de Cuestiones Agrarias y Medioambientales celebrada en Huévar, Sevilla, cuyas palabras vertidas por su presidente, Alberto Ballarín Marcial, resucitaron mi credulidad. Dijo don Alberto que para acabar con el hambre en el mundo hacen falta, fundamentalmente, dos cosas: regadíos y que nuestro presidente Obama cambie el actual orden jurídico internacional para que con una reforma de la ONU ésta pueda, realmente, intervenir contra los gobiernos que vulneren los derechos humanos de su pueblo. Que una nueva jurisprudencia de las Naciones Unidas, nuevas instituciones y nuevos sistemas permitan derrocar a quienes se quedan con el dinero que los inversores envían a los más necesitados. Que puedan disfrutar de una estabilidad política y acumulación económica. Es intolerable que sigamos soportando en el mismo Globo, en la misma Tierra, a un viaje de avión de distancia, ahorcamientos a homosexuales, lapidaciones a mujeres, y que se permita que algunos gobernantes se enriquezcan con el dinero solidario mientras su pueblo se muere de hambre.

¿Sabía que sólo este año, con eso de la crisis, hay 75 millones de hambrientos más en el mundo en el que ya pasan hambre 923 millones de personas? ¿Y que África, siempre África, sigue siendo la asignatura pendiente de todos? Entre las soluciones que se presentaron para que África pudiera desarrollarse ofrecieron la construcción de un magno sistema de regadíos que ayude a que el agua discurra por un continente donde el 96% de la tierra es de secano. La política hidráulica debería completarse, asimismo, con la construcción de presas. Es sencillo: si hay agua, hay regadíos. Con regadíos hay plantaciones. Con plantaciones hay alimentos y con ellos fluye el consumo y la economía. Pero sin agua no hay fertilidad, no hay vida.

El desarrollo de la agricultura en los países pobres es un auténtico desafío para el que es necesario voluntad política, buenas inversiones y financiación, doblar la producción de alimentos y una política del agua que le convierta en propiedad universal con la interconexión de los ríos. Existen otras ideas que generan debates polémicos como el cambio de la alimentación, los transgénicos y biocombustibles que merecerían dedicación exclusiva. Pero termino con un dato: la solución del hambre tenía fecha, el 2015. Ahora tiene otra: el 2150.

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