RESULTA bochornoso el rumbo que está tomando la designación del escenario donde celebrar la final de Copa. Estamos en un estado de crispación tremendo, de crispación larvada en la clase dirigente y de crispación con todos sus avíos en aficionados y ciertos profesionales que ejercen el periodismo enfundados en la camiseta del club que quieren. En una impresentable e inadmisible postura de impudicia, ese periodismo que puebla tertulias donde todos hablan a la vez y que emborrona páginas vergonzosas no hacen más que alimentar el fuego creado a manguerazo limpio tras sustituir el agua con gasolina.

Ni recuerdo cómo empezó ni, por supuesto, puedo prever cómo va a terminar este estado de cosas. Los estadios cada vez reúnen a más desalmados y las trincheras mediáticas no hacen otra cosa que azuzarlos, de ahí que este caso de la final de la Copa del Rey esté siendo motivo sobrado para que esa guerra fría que dirimen Madrid y Barça se caliente y termine ardiendo. Y en este estado de cosas lo que menos importa ya es si será el campo del Madrid el escenario de dicho acontecimiento, que ya le ha dicho Florentino a Urrutia que se deje de enredar con la petición del Bernabéu, faltándole decir que si no hubiera programadas obras habría que programarlas.

Hasta no hace mucho, esgrimir la figura del Rey como argumento para conseguir algo tenía mucha fuerza. Eso ya no es así y tal como están las cosas, cómo son en general las respectivas aficiones que coinciden en esta final, hasta sería mejor que Su Majestad se quedara en la Zarzuela. La pitada de hace tres años en Valencia fue tan bochornosa y tan zafia que la Copa bien podían enviársela por Seur al ganador y allá ellos. Lo que sí es irrefutable es que el Madrid es de sus socios -otra ventajita más- y que el domingo éstos se declararon ruidosamente en contra de recibir al odiado Barça como los del Barça harían lo propio si fuese menester. Arde la guerra fría.