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la esquina

José Aguilar

Al final se enterarán

SE anunciaba, con el alborozo propio de los heraldos inasequibles al desaliento, que al fin los etarras presos iban a cambiar de postura, trocando su exigencia de amnistía general por la aceptación de la reinserción individual, previo arrepentimiento, que demandan las leyes.

Su gozo (el de los heraldos), en un pozo. La buena noticia anunciada tardó veinticuatro horas en convertirse en noticia inexistente. El Colectivo de Presos de ETA hizo llegar a sus portavoces, y éstos a la opinión pública, que su proceso de reflexión de varios meses les ha llevado al mismo sitio en el que estaban antes: a pedir la amnistía para todos y que cesen, agárrense, "las presiones y el chantaje".

Es un palo, sobre todo, para los Permach, Barrena y otros líderes del abertzalismo, que llevaban meses convencidos de que el anuncio de ETA, en octubre pasado, de que abandonaba las acciones armadas -es decir, la violencia terrorista- sería seguido de modo natural por la adaptación de sus más de quinientos presos a la nueva situación y, por tanto, a la salida que les ofrece el Estado democrático para mejorar sus condiciones. Acogerse a los beneficios penitenciarios previstos por la legislación vigente, o sea, mostrar arrepentimiento por sus crímenes y lograr, así, acercamientos a cárceles vascas, terceros grados, libertades condicionales... En fin, lo que corresponda en cada caso.

A lo más que han llegado es a proclamar: "No nos negamos a reconocer que el conflicto ha generado perjudicados y víctimas" y "somos plenamente conscientes del múltiple dolor generado", y con esas dos palabras, conflicto y dolor, remiten a la tabarra de siempre, a que el terrorismo ejercido ha sido producto de la existencia de un conflicto entre el pueblo vasco y los gobiernos opresores español y francés y que su ejercicio ha causado dolor y víctimas en los dos bandos, para cicatrizar las cuales ambos contendientes deben ser igual de generosos, hacer concesiones sin arrepentirse de nada y arrojar pelillos a la mar.

Ocurre que aquí no ha existido más guerra que la declarada unilateralmente por la banda, que la memoria de más de ochocientas víctimas mortales y muchos miles de familiares, desterrados y acosados no permite la amnistía, que la dignidad del Estado democrático tampoco la permite y que la ley la prohíbe. Y ocurre que los dirigentes de ETA no dejaron las armas en octubre por haberse convencido de que matar es un crimen, sino tras haber llegado a la conclusión de que matando durante cuarenta años no habían conseguido sus objetivos. No se volvieron pacíficos por conversión moral, sino por conveniencia. Por conciencia de su derrota.

A los presos etarras sus jefes no les dijeron eso, sino que los sacarían en bloque de la cárcel. Pero al final se enterarán de la verdad.

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