Premonición, o deseos premonitorios, fue esa paella que engulleron en la ciudad deportiva, precisamente con un choque con el Valencia acercándose de manera imparable. ¿Sentará bien dicha paella ante el rival directo que más nítidamente se observa en el horizonte sevillista? Lo cierto es que el Sevilla emboca una final de esas que tanto proliferan en el curso futbolístico, pero en esta ocasión no ganar sería como bajarse en marcha.

Bajarse en marcha de ese objeto de deseo que es entrar en territorio Champions es lo que significaría no derrotar a la tropa de Marcelino. Los ocho puntos que actualmente distancian al Sevilla del Valencia es hora de menguarlos para seguir con aspiraciones. Y en el recuerdo subyace la goleada recibida en Mestalla cuando al equipo no lo manejaba el ingenioso Montella, ese especialista en decir siempre lo que quieren escuchar en su casa, sino el argentino Berizzo.

Fue una de las goleadas recibidas por el Sevilla en la temporada más rica en goleadas de su historia y por ahí empezó a abrirse la trinchera que les separa. Un Sevilla-Valencia entra de lleno en el cupo de clásicos de la Liga, pero es una rivalidad que se acentuó coincidiendo con la explosión sevillista de los últimos años. Esa goleada de la primera vuelta se celebró junto al Turia casi como la consecución de un título y ahora llega el momento de la revancha.

La noticia negativa en clave sevillista es que seguirá inutilizable Navas, lo que se multiplica por la confirmación de que tampoco estará en la cita de Old Trafford. Pero tiempo habrá de elucubrar sobre ese acontecimiento. Lo que importa ahora es lo que vaya a pasar esta tarde en Nervión. No es una final, pero hay que tomársela como si lo fuera, que ocho puntos son, a estas alturas, muchos puntos y agrandar dicha distancia podría ser de todo punto irreversible, un dolor.