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NO sé si es correcto que un periódico español que tiene a gala la defensa de la intimidad de los ciudadanos publique a todo trapo las fotos -robadas con teleobjetivo- de un ciudadano concreto, aunque sea Silvio Berlusconi, en compañía de sus amigos y amigas, relajados, poco abrigados y desinhibidos todos ellos en la suntuosa finca de su propiedad.

El autor de esas fotografías trató de venderlas por un millón y medio de euros a una revista que, para su desgracia, forma parte del imperio mediático de Il cavaliere, lo que se tradujo en una querella por violación de la intimidad e intento de estafa y el secuestro por el fiscal del archivo del intrépido reportero. En mi opinión, la forma en que se han conseguido dichas fotos constituye una invasión a la privacidad del primer ministro de Italia. Quien las ha comprado para difundirlas en España no puede ponerlo como ejemplo de una práctica periodística rigurosa y ética.

Dicho todo lo cual, el problema de Berlusconi no es que sus invitados se desnuden en una mansión que creen a cubierto de la mirada ajena, ni siquiera que él mismo salga en otras fotografías en poses explícitamente sexuales con varias señoritas. El problema de Berlusconi lo ha planteado él mismo con el desparpajo que marca toda su vida: la confusión de lo público con lo privado, cuyas fronteras han sido deliberadamente destruidas, deteriorando la política italiana y la respetabilidad de sus instituciones.

Simplemente, Berlusconi ha considerado que su carrera política es una prolongación natural de su actividad empresarial, ha impulsado leyes destinadas a exonerarle de presuntos delitos graves, ha interferido en el normal funcionamiento de la Justicia y -a lo que íbamos- ha convertido las listas electorales de su partido y algunas responsabilidades de alto nivel en un apartado más de sus relaciones de amistad y ocio. Todo esto es más dañino que la simple frivolidad con que se le suele enjuiciar. Al interés público le afecta poco a quién se lleva Berlusconi a sus francachelas en Villa Certosa, pero le afecta mucho que los artistas, bailarinas y azafatas de televisión sean trasladadas a la mansión en aviones del ejército, con cargo al contribuyente, y que se puedan designar ministras en función del grado de amistad con el jefe del gobierno. Le afecta también que la libertad de expresión se vea en entredicho por la amplia posición de dominio que ese jefe tiene en los medios de comunicación públicos y privados. Es un peligro para la democracia.

Silvio Berlusconi constituye una desgracia para Italia. Lo más triste es que mañana los italianos, seguramente, ratificarán su conformidad y contento con esa desgracia.

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