La fractura

La fractura, entonces, no sería el problema, sino el comienzo de una solución. De una solución democrática

De repente, todos andamos muy preocupados por la fractura de la sociedad catalana. Si se detiene a los dirigentes de Òmnium Cultural y la ANC, hay que tener cuidado con lo fractura; si se aplica el 155, otra vez la fractura; si usted tiene la osadía de exhibir una bandera constitucional, he ahí, de nuevo, la fractura. Al parecer, la fractura es una consecuencia indeseada del procés, en la que nadie había caído hasta el momento. Y en todo caso, es un efecto de las acciones irresponsables del Gobierno y de los tribunales de Justicia, también de esa población charnega que ensucia la Cataluña ideal, pero nunca -¡nunca!- de las pacíficas aspiraciones del nacionalismo, cuya naturaleza benéfica es por todos conocida.

Lo cierto es que esa fractura existe, pero por los motivos contrarios a los que aduce el señor Juliana. La fractura, que ahora se nos revela en toda su magnitud, no es culpa de la ultraderecha, como dicen el señor Echenique, mosén Juliana y otras almas beatíficas del santoral nacionalista. Dicha fractura existe porque hay una Cataluña reacia al adoctrinamiento, y es la reacción de esa Cataluña democrática la que ha revelado, no sólo la magnitud del drama, y el heroísmo de una Cataluña anónima y mestiza, sino el dilatado proceso de manipulación al que se ha sometido y se somete a la población catalana. Que existía un catalanismo provinciano, xenófobo y autoritario lo sabemos desde hace décadas. También hemos conocido, durante interminables años, el nacionalismo homicida de otras partes de la Península. Pero, gracias a que el Estado reacciona, y encarcela a los sediciosos, y restituye la ley, y defiende al perseguido, hoy conocemos también a toda una Cataluña, tan catalana como la otra, que prefiere vivir en democracia. El hecho noticioso, pues, la buenísima noticia, es que hoy existe una fractura donde antes sólo existía una dejación del Estado y un silencio letárgico. La fractura, por otra parte, implica una herida abierta o una sociedad escindida. Aun así, las heridas se pueden restañar y las sociedades pueden aspirar de nuevo a la convivencia. La Transición, tan abominada por el señor Iglesias, es un ejemplo universal de ese heroísmo cívico, acaso más difícil que el mero heroísmo castrense. Lo que quizá no tenga solución sea una sociedad devorada hasta su raíz por la criminosa estulticia del nacionalismo.

La fractura, entonces, no sería el problema, sino el comienzo de una solución. De una solución democrática.

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