PARA sobrevivir en la jungla de la parrilla televisiva hay que ser muy duro. Al acecho merodean programadores con menos sentimientos de culpa que un tiburón blanco tras zamparse una foquita, o reality shows de mierda pueden devorarte en menos que canta un gallo. En esta selva las condiciones son cambiantes cada día, y todo se decide por los fríos números, la audiencia y sus perfiles. Para salir ileso de todos esos peligros hay que repartir muchos mamporros. Y hacerlo rápido, desde el principio y con eficiencia.

Los cementerios de series están llenos de buenas tramas que esperaron demasiado para soltar los fuegos artificiales. Este año ocurrió, por ejemplo, con Rubicon. También la UCI televisiva, ese limbo en el que actualmente se debaten entre la vida y la muerte una decena de buenas series, cuenta con obras que se equivocaron en el golpe y luego rectificaron, a lo mejor demasiado tarde. Es la agonía que está sufriendo, injustamente, la magnífica Fringe. Su errático primer año, con una trama central sin dirección clara, espantó a muchos espectadores, que se han perdido las dos excelentes temporadas siguientes. Fox sopesa si hacer caso a los críticos televisivos y a sus (pocos) millones de seguidores en todo el mundo, que saturan las redes sociales pidiendo su continuidad, o las tablas de audiencia. En el último capítulo ocurrió algo desconcertante: vimos a su bellísima protagonista, Anna Torv, en sujetador, cuando habitualmente su personaje, Olivia Dunham, es recatada. Por agradable que fuera, ese truco barato tiene muy mala pinta. Y no es la única treta desesperada por captar más espectadores de esta estupenda serie de fenómenos extraños, guerra de universos y calvos observadores que cuidan por el destino. Uno de esos alucinantes casos bien podría ser la incertidumbre que rodea a la mejor serie de las cadenas generalistas, The good wife. Si hasta el bufete de Lockhart&Gardner y Alicia Florrick corre peligro de cambiar de día de emisión, qué será de las demás.

Uno de los estrenos más decentes de este año, Lights Out, la historia de un boxeador retirado que lo pierde todo y se dirime entre volver al ring por su familia o convertirse en matón mafioso, está contra las cuerdas. Y todo por no dar mamporros pronto a diestro y siniestro. "Es que tarda demasiado en llegar al combate", me respondía la otra noche Mrs. Hyde, con más frialdad que Don King viendo caer a uno de sus patrocinados, cuando le contaba sorprendido sus problemas de audiencia. El público no tiene paciencia. Y muchas veces tampoco gusto. Es una pena, pero nadie dijo que la vida en la jungla fuera justa.

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