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la ciudad y los días

Carlos Colón

La gracia del llanto

EL Cachorro es el Camino. El Gran Poder es la Verdad. Y la Macarena es la Vida. Así interpretó el pueblo soberano de Sevilla, creando su trinidad devocional, las palabras de Jesús Nazareno. Así me lo enseñaron los míos. Así se pregonaba cuando era niño: "¡Er pograma! ¡Con el Gran Poder, la Macarena y el Cachorro!". Así se veía en los estantes giratorios de postales. Así lo proclaman los azulejos. Y que no se ofenda nadie. Esto lo escribe quien durante toda su vida nazarena, que este año toca su probable fin transfigurado, ha vestido ruán en la Madrugada. Una cosa son nuestras devociones particulares y otra las de la ciudad.

Nos llega no casualmente el Cachorro, Camino de nuestro peregrinar por esta vida, del límite antes más extremo de la ciudad, de una ermita a medio camino entre Sevilla y el Aljarafe, rodeada de descampados y humos de hornos de ladrillo. Allí, un día de 1682, un joven imaginero utrerano de 29 años entregó a la corporación de la ermita del Patrocinio el asombroso crucificado en el que se funden la más cruda agonía del supliciado y la más gloriosa ascensión del resucitado. Señor que convierte en frontera, no en fin, las más duras agonías.

Jesús peregrino que nos guía desde su cruz por esta vida y Cristo resucitado que nos asciende con Él hasta la Gloria. Cachorro de Triana, Cristo de Sevilla. Que el Gran Poder es la Verdad lo proclaman todo el año, beso a beso, mirada a mirada, los sevillanos. Diarios besos en los heridos pies caminantes. Besos anuales en las manos que acogen todos los dolores y pecados del mundo. Los besos en el talón se convierten en su andar poderoso y vacilante; los besos en las manos, en la cruz que desde el Miércoles Santo pesa sobre sus hombros. Dios de todos los días, Gran Poder de los viernes, Señor de Sevilla.

Que la Vida es La que dio con su sangre y su carne vida a la Vida, La que dio a luz la Luz, el Tabernáculo en el que Dios tomó forma humana, lo proclama, no Sevilla, sino Ella, la Esperanza Macarena, con su cara. Y lo repiten, como un eco, su paso, su ajuar, su cortejo y su cofradía. Sevilla, aquí, sólo se rinde a la evidencia. Y se le entrega, bautizándose con el agua bendita de sus propias lágrimas.

Porque suscita la Macarena el don de la compunción o de las lágrimas, lo que los Padres de la Iglesia y los místicos -en la mejor definición de la Macarena que conozco- llamaban "la gracia del llanto". Nada tan bello nos desgarra tanto. Nada tan frágil nos pesa tanto. Nada tan alegre nos hace llorar tanto. Don de la Macarena, Esperanza de Sevilla, gracia del llanto.

En memoria de Curro Ruiz Torrent.

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