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Brindis al sol

Alberto González Troyano

La gran ausente

POR descontado que la situación social existente condiciona las prioridades en las propuestas electorales. Prioridades que centran los debates porque los votos van a decantarse en función de las soluciones y garantías ofrecidas. Pero una vez aceptada esa prelación ineludible, no deja de sorprender que ni una sola vez, ni en una sola ocasión, ni como frase complementaria, ninguno de los candidatos de los partidos relevantes haya realizado un comentario relacionado, aunque sea de pasada, con el mundo de la cultura.

Cabría consolarse pensando que las prioridades determinan los tiempos disponibles para convencer a los votantes. Esta podría ser la deducción más optimista: acuciantes cuestiones sociales y económicas relegan las preocupaciones más accesorias en estos momentos. Pero también podría pensarse que la cultura, y sus manifestaciones, permanece postergada e invisible porque el mundo de la política profesional -de todas las opciones- considera que no es materia digna de atención. Es decir, como a ellos no les interesa, suponen que tampoco debe interesar a los votantes. Además, como consideran que es una materia menor, casi un adorno, no se sienten culpables de ignorarla. Todo lo más, recurren a ella porque facilita unos cargos con los que premiar a unos cuantos militantes.

De hecho, la cultura nunca había recibido, de unos y de otros, un tratamiento tan plano como en los últimos años: recuérdense los dos nombramientos para este ministerio en el gobierno de Rajoy. Pero no es una cuestión de ideología porque en la Junta de Andalucía -con un gobierno socialista, más proclive, en principio, por la cultura- las últimas experiencias no pueden ser más tristes y desangeladas: la consejería del ramo parece reducida a gestionar lo existente y a facilitar escaparates y parques temáticos para el turismo. Y despertar ilusiones por la cultura no es solo cuestión de dinero, sobre todo cuentan las ideas, si se quieren y saben buscar.

También podría atribuirse este desdén (no explícito, pero sí latente) del estamento político profesional hacia la cultura a una sospecha y a un temor. Porque, al fin y al cabo, difundir una cultura viva y creadora entre la gente es la mejor forma de alimentar su espíritu crítico. Y da la impresión de que eso, cada vez les interesa menos, a unos y otros, de los que han hecho de la política una dedicación exclusiva y no un medio para encarnar ideales que transformen para bien la vida de la gente.

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