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La ciudad y los días

Carlos Colón

¿Qué harán ahora?

RECORDÁBAMOS ayer, intentando suplir los olvidos que parecen afectar a la actual izquierda que se dice heredera de la II República, que fue la Constitución de 1931 la que, por primera vez en nuestra historia, reconoció el castellano como "idioma oficial de la República". Poca culpa, por lo tanto, tienen los Reyes Católicos y Nebrija. Lo digo porque los nacionalistas (sean de izquierdas o de derechas: la yunta nacionalista une lo que las ideologías separan) y sus cómplices por interés suelen acusar a Nebrija, Isabel y Fernando, por aquello del "siempre la lengua fue compañera del imperio", de la abusiva imposición del castellano sobre toda España. Olvidando, entre otras muchas cosas, que para que fuera reconocido como idioma oficial del Estado hubo de esperar desde 1492 a 1931: de la publicación de la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija a la Constitución republicana.

El gramático lebrijano publicó su obra 42 años después de que León Battista Alberti publicara su Grammatica della lingua toscana (a la que hoy se llama italiano sin que nadie se rasgue las vestiduras). No es una casualidad: durante su larga estancia en Italia Nebrija había sido infectado por el Renacimiento que hizo la grandeza artística de la Europa de los siglos XV y XVI; y por el humanismo que haría su grandeza intelectual y ética, con Erasmo, Moro, Vives o Montaigne a la cabeza. Los humanistas no habían olvidado que la grandeza del mundo clásico fue pareja a la influencia y perfección de sus lenguas. Por eso Nebrija escribió en el prólogo a su Gramática la tan famosa como tergiversada afirmación: "Siempre la lengua fue compañera del imperio; e de tal manera lo siguió, que juntamente començaron, crecieron e florecieron, e después junta fue la caída de entrambos". Así que si los nacionalistas remontan la "culpa españolista" a Nebrija habrán de cargar, no sólo contra el Imperio, sino también contra el humanismo renacentista. Y si se vienen más acá, al siglo XX, habrán de cargar contra la Constitución de 1931.

En cuanto a los socialistas, si ahora apoyan el disparate catalán (porque no todo el monte es Patxi López) habrán de cargar contra su propia historia. Alguien tan poco sospechoso de simpatizar con ellos como Fernández-Flórez detalló en su crónica parlamentaria del beligerante ABC de octubre de 1931 cómo la propuesta de que "el Estado entregue la enseñanza a las regiones" fue apoyada por "la inmensa mayoría de la Cámara (…) con exclusión de los socialistas, que es el grupo que viene revelando más patriotismo y mejor sentido político". ¿Qué harán ahora?

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