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Como si fuese una famosa serie de televisión, la segunda temperada de El Procés ha empezado de manera trepidante. El Gobierno quiere escapar del sambenito de que es demasiado blando. Y ha espoleado con desigual fortuna a otras instituciones, para impedir por anticipado la candidatura de Puigdemont a la Presidencia de la Generalitat. En el Consejo de Estado no le dieron la razón: Landelino Lavilla, ex ministro de Justicia y presidente del Congreso con la idealizada UCD, fue el ponente que desaconsejó la decisión a un órgano presidido por Romay Beccaría, ex ministro de Aznar, íntimo de Rajoy y mentor de Núñez Feijóo. También los servicios jurídicos del Tribunal Constitucional se pronunciaron en contra y los magistrados necesitaron todo el día para impugnar el formato telemático y así no desairar a La Moncloa.

Todo este meneo está consiguiendo convertir a un botarate como Puigdemont en un personaje. El huido es un émulo de Trump, aunque uno sea grandote y gaste tupé rubio peinado para atrás y el otro sea menudo y tenga un flequillo moreno hacia delante. Como Trump, Puig está embarcado en su particular ¡Cataluña primero!, en culpar a la prensa nacional de publicar falsas noticias o en negar cualquier interferencia rusa. Como Trump es populista, nacionalista, oportunista, supremacista. Pero ahí lo tienen, creciendo en el amor de sus leales. Enredando para impedir un nuevo Gobierno en Cataluña. Empeñado en forzar nuevas elecciones en las que alzarse con el santo y la limosna, dejando en ridículo al Gobierno de la nación y comiendo más terreno a las huestes de Esquerra, que cada día que pasa demuestran tener menos cuajo.

La última de Puigdemont es que pretendía hacer su discurso de investidura desde el Parlamento flamenco. Obstinado en el legitimismo, como buen heredero del carlismo, no está dispuesto a dar su brazo a torcer aunque con todo este embrollo Cataluña pierda a diario prestigio, inversiones y cohesión social. Esta semana en Copenhague ha vuelto a decir que España es un estado franquista en el que no hay democracia. El grado de irritación que genera entre la mayoría de la población nacional le está costando muchos clientes a los empresarios catalanes, en espiral creciente.

El mantenimiento de la tensión también está erosionando la reputación de los catalanes: la profesora que lo interpeló en la Universidad de Copenhague, Marlene Wind, estaba asombrada con su discurso de nosotros somos los buenos, los demás los malos, "como en la Alemania de la II Guerra Mundial, que alimenta la ambición rusa de una Europa débil". Y el periodista Bjorke Moller ha considerado una vergüenza que la universidad danesa haya invitado a un radical que no respeta los valores de la UE y que sólo estaba interesado en un número de propaganda. El nuevo capítulo será si viene a la investidura y cómo viene. La serie continúa, pero sin holograma.

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