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La tribuna

Gumersindo Ruiz

El hombre en el cable

HASTA hace poco no tuve ocasión de ver la película documental de James Marsh El hombre en el cable, sobre el funámbulo francés Phillippe Petit, que el 7 de agosto de 1974 cruzó sobre un cable el espacio entre las torres gemelas del World Trade Centre de Nueva York. La historia está llena de simbolismos no buscados y es uno de los hechos más peculiares que hayan podido darse en los últimos tiempos. Sorprende la gratuidad en torno a la aventura, sin implicaciones publicitarias ni comerciales. No se explica cómo se financia ni parece importar mucho; los amigos que le ayudan sacan sólo algunas imágenes en un vídeo casero que no se utiliza hasta treinta y cinco años después, y aunque gana el Oscar de Hollywood, pasa desapercibido.

A mediados de los años setenta estas aventuras sin propósito iban con el espíritu de la época; la tecnología parecía poner casi cualquier cosa al alcance de la persona humana, y el bienestar material estaba resuelto desde ese punto de vista; para una mejor distribución de ese bienestar sólo era cuestión de desterrar las lacras de la política y los vicios de la organización social, lo cual únicamente podía conseguirse mediante alguna forma de superación espiritual. Se echaban en falta aquellos elementos de libertad individual, independencia y espontaneidad, que contribuyen a la felicidad, y de aquí la importancia de actos que reafirmaban estos principios.

La forma en que Phillippe Petit cruza entre las torres resulta increíble. Porque la dificultad principal no era andar sobre el cable -todos confiaban en que no se caería-, sino cómo tender un cable tan pesado entre las cubiertas de las dos torres, de forma clandestina, antes del amanecer, cuando empezaban a entrar los oficinistas. No se asumen más riesgos de los necesarios, no es un acto improvisado, sino un trabajo en equipo. Se trata de una tarea formidable. Usando un arco y una flecha lanzan un resistente hilo de pescar de una torre a otra, y luego sobre él cuerdas, y al final el cable. Es un trabajo profesional, pero que no tiene ninguna explicación. "No sé porqué", le responde Phillippe Petit al periodista que insiste en saber por qué lo han hecho. "Esto -dice el crítico de cine Nigel Andrews- es parte de la grandeza del acto, es arte conceptual, un acto gratuito, con infinitos significados". Por el contrario, las torres fueron destruidas en septiembre del año 2000 en un ataque terrorista que presuntamente obedecía a un cruel motivo y a unos principios religiosos torcidos. Petit no aprovecha el nuevo escenario que la desaparición de las torres supone, y espera unos años para volver, con el director James Marsh, a mostrar su hazaña, que conceptualmente supera a las propias torres, al propio hecho de destrucción de las mismas.

Hay una novela reciente de Colum McCann, Deja que el gran mundo de vueltas, en la que se recrea el día en que Petit cruzó entre las torres, a través de varios personajes que están en Nueva York y ven sus vidas influenciadas por esta proeza. Es como si recibieran un regalo, el que tuvieron los que pudieron verlo, muy temprano, en aquella mañana de agosto. Todos tenían seguramente ocupaciones; pero el ajetreo de la calle da paso a un silencio terrible y hermoso cuando la gente ve algo navegando, en el aire, a una altura de 110 pisos, y alguien percibe que es un ser humano. Los cuarenta y cinco minutos que permanece allí son magnéticos, nadie se va, una emoción colectiva surge de la magia cautivadora del momento. El trabajo, las reuniones, las citas, los recados, todo puede esperar. Como dice McCann en su novela: "Son dos torres altas entre las nubes; el cristal refleja el cielo, la noche, los colores: progreso, belleza, capitalismo". Y el hombre sobre el cable anima el espíritu de una nación entristecida por la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo, el panorama internacional de la época.

¿Servirá la crisis actual para una reflexión sobre la forma frenética de vida en que nos hemos metido, y dar paso a una nueva sociedad menos obsesionada con la economía? Lo dudo, pero cuando nos encontramos con comportamientos totalmente altruistas, o genuinamente artísticos o deportivos, sin dependencias institucionales, económicamente desinteresados, hay razones para pensar que ese otro mundo existe y pude llegar algún día a generalizarse. El acto de Phillippe Petit es una afirmación filosófica y vital, tanto como una actuación que requiere una preparación y un dominio físico. En la película vemos su cara transformase, y de una profunda, extraordinaria, tensa concentración, pasa, cuando ya está en el cable y se mueve sobre él, a una expresión de gran serenidad.

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