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EL Gobierno trata de tranquilizar a los mercados internacionales sobre la capacidad de España para reducir el gasto público y sanear la economía española, la única del G-20 que continúa en recesión. En realidad, su mejor contribución a convencer a los operadores internacionales de la solvencia del país y de su potencial para pagar la deuda contraída sería la adopción de una política firme de ajuste y reformas en vez de los titubeos y rectificaciones a los que nos tiene acostumbrados. La credibilidad del Gobierno está en función de que se acaban los amagos de reforma del sistema de pensiones y las inconcreciones de la reforma del mercado laboral. Por su parte, el principal partido de la oposición no sale de su calculada ambigüedad: evita pronunciarse sobre asuntos que pueden suponer un desgaste electoral (por ejemplo, los recortes en las pensiones) y todo lo confía en el deterioro de la figura de Zapatero que, según sus análisis, cavaría él solo su tumba política por la incapacidad demostrada. Pero España no puede permitirse estas maniobras de distracción. La situación, bien se ha dicho, es de auténtica emergencia, y si no se toman medidas urgentes y contundentes el empobrecimiento general del país puede durar muchos años. El PP busca aliados para obligar al presidente del Gobierno a comparecer en el Congreso y dar explicaciones. No tendría que hacer falta. Es Zapatero quien debe comparecer ante los representantes de la soberanía nacional, dar cuenta del momento que vivimos y explicar qué iniciativas va a poner en marcha de inmediato. Enfrente lo que habría de encontrar sería una oposición constructiva, netamente comprometida con la nación y dispuesta a consensuar un plan integral de medidas anticrisis, para hoy y para mañana. España superó un trance económico extraordinariamente complicado en los albores de la transición, y en un contexto de crispación aguda, terrorismo y peligro de involución, porque todos los grupos políticos representativos fueron generosos y tuvieron altura de miras. Así se firmaron los Pactos de la Moncloa. Ahora también ha sonado la hora de la política con mayúsculas.

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