TODO llega. Hasta el último paso antes del precipicio. Ya no queda trecho para la demagogia partidista, ni acaso tampoco para la ideología. El país se encuentra en una situación crítica y espera de sus dirigentes mensajes claros, colaboración leal y un ejercicio responsable del liderazgo que les ha entregado. Nos jugamos demasiado como para seguir enzarzados en batallas estériles.

Acabo de leer el Informe económico Esade 2010 y comparto el diagnóstico y la terapia que se ofrecen en él. Que "España no puede seguir viviendo por encima de sus posibilidades" es una verdad incuestionable, una obviedad que exige medidas inmediatas, cuya demora nos conducirá a una coyuntura literalmente insostenible. La perspectiva de abandonar el euro -nuestra economía, por su tamaño, no es rescatable- dibuja un escenario pavoroso, de empobrecimiento y estancamiento crónicos. Es una hipótesis que hay que evitar a toda costa.

Toca, pues, identificar nuestras debilidades sin disimulos inútiles y diseñar una estrategia posible, palabra ésta que se nos anuncia plagada de sacrificios y penurias. Entre las primeras, la pérdida de competitividad, el consiguiente déficit por cuenta corriente, la rigidez laboral que agrava el sangrante problema del paro, el astronómico gasto público (producto del despilfarro, sí, pero también de un estrafalario modelo de Estado), las incógnitas que anublan el futuro de nuestro sistema financiero y el aumento constante de la deuda, constituyen los grandes factores distorsionantes de nuestro presente.

De lo segundo, de las soluciones, basta la sensatez de un administrador cauto para averiguar las probablemente eficaces. Así, será necesario tanto aumentar los ingresos públicos como recortar los gastos. Ello implica, además de una inevitable subida de la presión fiscal, actuar con decisión en sectores que acumulan el grueso de nuestras cargas: adelgazar drásticamente el presupuesto de todas las administraciones, reducir el número de funcionarios y su nivel salarial e introducir sistemas -el famoso copago- que alivien la factura de servicios básicos (educación, sanidad) cuya viabilidad está hoy en entredicho, son decisiones que tendrán que adoptarse más pronto que tarde. De igual modo, resulta imprescindible abordar la reforma del sistema de pensiones. Y, por supuesto, no admite ningún retraso la reestructuración, consensuada o no, del mercado laboral, que debería propiciar el doble objetivo de reactivar la actividad empresarial y de crear empleo.

Recetas muy duras para los que sería vital la unidad de acción y de voluntades de los máximos responsables políticos. Ésa que, por desgracia, ni yo ni los mercados vimos en su reunión del pasado miércoles, aún demasiado atenta a luchas y ventajas míseras, profundamente descorazonadora tan cerca como estamos del punto en el que cualquier retorno se convertirá en quimera.

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