Editorial

La igualdad llega a las cofradías

LA decisión del arzobispo de Sevilla, José Asenjo, de poner punto final a los restos de discriminación que existían en el mundo de las cofradías hispalenses con respecto a la prohibición de que las mujeres pudieran hacer estación de penitencia ha sido acogida, en general, con agrado dentro y fuera del mundo cofradiero. No podía ser de otra manera si se tiene en cuenta que desde que el cardenal Amigo publicara un exhorto en este sentido, y abriera de facto la vía de la normalización, la mayoría de los cabildos habían ido adaptándose a la realidad social al eliminar de sus reglas y normas una costumbre que, además de inexplicable, obedecía a comportamientos de tiempos pasados. La noticia, por tanto, no puede ser sino celebrada, al impedir la existencia de reductos que, amparándose en un sentido falso de la tradición, todavía postulan la vigencia de una discriminación inaceptable no sólo desde el punto de vista jurídico, sino también moral. El proceso de incorporación plena de las mujeres a las cofradías, que pueden ya ejercer todos sus derechos en el seno de las corporaciones sevillanas, ha sido paulatino -como requieren los cambios trascendentes- y fruto del convencimiento voluntario de la mayoría de las hermandades. Tan sólo tres de ellas -El Silencio, Quinta Angustia y Santo Entierro- se mantenían fuera de la corriente general. Llama la atención, en todo caso, que el cambio haya tenido que culminarse por decreto por parte de la autoridad eclesiástica, lo que induce a pensar que en ciertos ámbitos la voluntad de asumir la realidad social era más bien relativa. El hermano mayor de El Silencio, Alberto Ibarra, que lógicamente ha dicho que su corporación acatará el decreto, ha apostillado que, de cualquier forma, la intención de las hermanas de salir de nazarenas no es "excesiva". Respetando su opinión, es obvio que tal decisión -hacer la estación de penitencia- corresponde ya a las propias hermanas, a las que el arzobispado avala en su demanda de igualdad plena. La Semana Santa no podía ignorar que, felizmente, los tiempos han cambiado.

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