La crónica económica

Gumersindo / Ruiz

El impacto de lo improbable

HACE un año publiqué en estas páginas un artículo a propósito del libro El cisne negro, de Nassim N. Taleb, que trata de sucesos impredecibles que pueden tener un impacto fuerte y significativo sobre la economía. Desde entonces, el libro ha tenido un éxito internacional notable, ha sido traducido al castellano, y los acontecimientos han mostrado que las cuestiones sobre las que concretábamos las ideas de Taleb pueden llegar a ser dramáticas; hablábamos ya de la vivienda, los préstamos, las bolsas, y de una reducción brusca de la liquidez para la inversión y el crédito.

Ha pasado un año y ahora tenemos tres crisis con nosotros: una financiera, que en España afecta a las entidades financieras, no tanto en sus balances y resultados como en el acaparamiento de liquidez y restricción crediticia; otra crisis de precios de materias primas y petróleo; y una tercera de la construcción. Es difícil exagerar la gravedad de esta última; en un trabajo que realicé hace años analizaba las relaciones entre la construcción y el resto de los sectores de la economía andaluza y comprobaba que era el primer sector en capacidad de arrastre y el segundo con mayor sensibilidad ante el crecimiento del conjunto de la economía. Veintiún sectores estaban vinculados directa e indirectamente a la construcción de manera significativa, mientras que sólo cuatro lo estaban a las obras públicas.

A día de hoy, desconocemos el alcance de las crisis y, por tanto, se percibe una cierta perplejidad ante ellas y una cierta incapacidad para articular medidas de política. Nos encontramos ante un miedo a la intervención que pudiera poner en cuestión la economía de mercado, o algunas concepciones de la misma; y también ante la duda de si espontáneamente o con las medidas convencionales que adopta el Gobierno se corregirá la situación. Las medidas que propone la oposición: incremento de la productividad, competitividad, más exportaciones, y competencia en los mercados, aunque son imprescindibles, tardarían años en surtir efecto. ¿Se atreve alguien a proponer un pacto de política económica que, sin alarmar a la gente, planteara medidas anticipando una improbable, pero posible, situación de emergencia?

Entre estas medidas para una crisis estarían: entrar con fuerza en el abaratamiento del consumo minorista de alimentos; manejar sin cautelas la política fiscal; cambiar drásticamente los hábitos de consumo de energía para reducir el coste de la misma; plantearse que la vivienda no es sólo un asunto privado de oferta y demanda, sino de interés publico, y del que depende el futuro inmediato de toda la economía; exigir a comunidades autónomas y gobiernos locales que se impliquen e indiquen qué acciones concretas llevarán a cabo para mejorar su productividad y eficacia.

Si somos capaces de pensar en un escenario, no de ciclo económico que tiende a corregirse en uno o dos años, sino de potencia, en el que se refuerzan situaciones negativas de paro, inflación, bajo consumo, impagos, incapacidad para generar crédito, y mercados inoperantes; esto es, si nos atrevemos a pensar que lo improbable puede ocurrir, entonces será más fácil ponerse de acuerdo sobre medidas de política de las que hoy nadie quiere hablar.

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