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josé / aguilar

Si se impone la normalidad

LA reunión de la presidenta de la Junta de Andalucía con el presidente del Gobierno de España en el palacio en el que vive éste transcurrió cordialmente y concluyó con un resultado satisfactorio. Si llama la atención es sólo porque no estamos acostumbrados a lo que debería ser normal: dos mandatarios que dialogan y abren una ventana al acuerdo, aunque defiendan intereses distintos y mantengan posiciones opuestas en muchos otros asuntos.

De la amplia plataforma reivindicativa que Susana Díaz se preparó para este encuentro en Moncloa se trajo para Andalucía varios compromisos de Mariano Rajoy: la revisión de la liquidación de los 426 millones de euros que la Junta debe devolver al Gobierno por el desajuste entre el dinero entregado a cuenta de la recaudación autonómica y la recaudación efectiva, la liberación de la autopista Sevilla-Cádiz en 2019 y la búsqueda de fondos para la línea férrea Algeciras-Bobadilla y para el corredor ferroviario de la Costa del Sol.

Estas últimas inversiones forman parte del completo listado de proyectos que llevaba la presidenta de la Junta para su inclusión en el Plan Juncker, ese ambicioso maná que quiere poner en marcha el presidente de la Comisión Europea para reactivar la economía de los países de la Unión. Más ambicioso que realista, porque parte de una dotación garantizada de sólo 21.000 millones, con la que espera generar un esfuerzo inversor privado que llegue hasta los 315.000. Esto es un poco como el milagro de los panes y los peces.

A esta demanda ha contestado Rajoy de la única manera en que podía hacerlo: toma nota de las reivindicaciones de Andalucía, asume algunas como viables y las tendrá en cuenta cuando haya que negociar el Plan Juncker, igual que tendrá en cuenta las que procedan de otras regiones beneficiarias. Pero, ya digo, todavía el plan no se ha concretado siquiera en sus planteamientos. Tampoco aceptó Rajoy la exigencia de Díaz, que es la de otros presidentes autonómicos, de que se negocie un nuevo sistema de financiación. Pero eso ya sabía Susana que iba a ocurrir.

En fin, los dos presidentes acercaron sus posiciones todo lo que pudieron y respetaron civilizadamente las que cada cual no podía asumir el otro. Lo novedoso es que se dejaron en la puerta la confrontación, que es más un talante que una fatalidad. Y eso es lo que ha llamado la atención: la normalidad aburrida y fructífera.

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