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La crónica económica

Alberto / Laborda

La importancia de llamarse Josep o Richard

EL título de este artículo parafrasea el de la famosa obra de Oscar Wilde La importancia de llamarse Ernesto. Wilde hace un juego de palabras entre Ernesto y earnest, que en inglés suena como Ernesto y lo podemos traducir como honesto, serio o formal. Algo así ha pasado en las últimas semanas en el mundo empresarial con los nombres Josep y Richard. Como en la obra de Wilde, se han convertido en sinónimos de formalidad, seriedad y gestión eficaz. Por si aún no lo han adivinado me estoy refiriendo a Josep Piqué y a Richard Branson.

Piqué fue presidente de Ercros y ministro de diversas carteras en los gobiernos de Aznar y hace unas semanas fue nombrado presidente de Vueling. La compañía aérea de bajo coste llevaba tiempo con bastantes problemas y su cotización en bolsa lo estaba reflejando claramente. El consejo de administración acuerda el nombramiento de Piqué como presidente y la cotización sube inmediatamente. Un nombre que transmite confianza y seriedad y que ya ha empezado a marcar las nuevas líneas estratégicas, anunciando una revisión de las tarifas y de algunas políticas de la empresa.

El otro nombre es Richard. Richard Branson es uno de los empresarios más interesantes y menos convencionales que encontramos desde hace treinta y tantos años y no sólo porque muy rara vez usa corbata. Es el fundador de la compañía discográfica Virgin y de otros muchos negocios de líneas aéreas, ocio y turismo. Para los que ya tenemos cierta edad les diré que a Branson le debemos el Tubular Bells de Mike Oldfield, todo un símbolo generacional. Y es que Oldfield fue su primera gran apuesta discográfica, seguida por artistas de la talla de Genesis, Peter Gabriel o Bryan Ferry, entre otros muchos. Todo un ejemplo de innovación, asunción del riesgo y visión de negocio.

¿Qué ha hecho ahora Richard Branson? El pasado verano la crisis de las hipotecas basura norteamericanas se llevó por delante al banco británico Northern Rock. Pudimos ver tristes imágenes de larguísimas colas de impositores asustados que aguardaban para retirar sus ahorros y a los que los empleados les ofrecían té; la pesadilla que se genera en el público cuando se pulveriza la confianza en el sistema financiero.

Pues bien, Richard Branson aparece en escena y hace una oferta por el Northern Rock junto a un grupo de inversores. Planean inyectar 1.300 millones de libras en el banco y devolver inmediatamente al Banco de Inglaterra 11.000 de los 25.000 millones de libras que prestó al Northern Rock. Estamos hablando de una aportación inmediata de unos 17.300 millones de euros, junto al compromiso de devolver el resto en tres años. Además, se plantea cambiar el nombre al banco y llamarlo Virgin Money, incorporando el Northern Rock al negocio de tarjetas de crédito de Virgin, valorado en 350 millones de euros. La noticia hacía subir la maltrecha cotización del Northern Rock un 16,5 por ciento.

Estos dos nombres son sólo los más recientes ejemplos de cómo el prestigio y la experiencia de un gestor hacen que se recupere la confianza en una empresa. Confianza imprescindible para que los clientes adquieran sus productos y los inversores compren sus acciones.

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