MIENTRAS estamos pendientes de que comience la nueva temporada de la NBA, con cinco españoles de nuevo en el gran circo americano, la Liga ACB ha consumido ya tres jornadas sin que mucha gente se haya enterado siquiera de que ha empezado. Es el triste destino de una competición, quizá sí la mejor después de la americana, que camina sin un rumbo fijo, con audiencias escasas y un futuro lleno de nubarrones.

El futuro de la ACB peligra en lo que a capacidad de enganche para presentes y futuras generaciones se refiere. Y el problema no es que tenga enfrente al ya conocido enemigo de la NBA, sino que las noticias que salen de Barcelona, sede de la Euroliga, no son nada halagüeñas.

Después de muchos experimentos y formatos, los capos de la máxima competición continental parecen decididos a terminar de cerrar la competición a los equipos más poderosos del continente. La fortaleza del euro, la amenaza del desembarco de la NBA en el Viejo Continente y el hecho de que muchos jugadores prefieran ya los suculentos contratos europeos a las migajas que se les ofrece en la liga americana han terminado de decidir a los rectores de la Euroliga a dar el paso. En principio es un proyecto, con sus convenientes plazos (¿2010?), pero tiene visos de convertirse en una realidad en un breve espacio de tiempo.

Esto convertiría a la ACB, con los equipos que no entren en la Euroliga (excluyan de ahí a Real Madrid, Barcelona, Tau y Unicaja y tendrán los nombres), en una competición menor, abocada a jugar entre semana (el prime time de la Euroliga se quedaría con sábados y domingos) y sin más aliciente que el de un campeón que es posible que ni juegue en Europa. Si a eso añadimos la intención de la NBA de crear una División Europea en la que de España sólo entrarían Madrid y Barcelona, si es que entran los dos, el cóctel explosivo para la ACB (que sí, que ya ha empezado la temporada) está servido a medio plazo.