La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La inmaculada, cumbre de Sevilla

La representación de la Inmaculada, haciendo visible esta cuestión teológica, es una cumbre cultural de Sevilla

Si hoy, porque es 8 de diciembre, una fecha tan azul como verde es el 18 de diciembre, morado el seis de enero o rojo el Jueves Santo, recuerdo que es la festividad de la Inmaculada les chirriarán los dientes a quienes quieren borrar dos mil años de cultura cristiana y entienden el laicismo no como la sana aconfesionalidad del Estado, sino como la expulsión de lo religioso del espacio público. Si añado que la Inmaculada es la interpretación más conceptual y teológica de la Virgen porque la extrae del tiempo histórico para retrotraerla -liberándola de él- al misterio del pecado original, al chirriar de dientes se añadirá la sonrisa despectiva de quien considera prejuicio, incultura o superstición el pensamiento religioso. Y si añado que la definición de la iconografía de la Inmaculada, tarea dificilísima por dar forma visible a tan compleja cuestión teológica, es una de las glorias culturales y artísticas de Sevilla -Pacheco, Zurbarán, Velázquez, Murillo, Montañés-, se sumará la suficiencia pedante de quienes parecen empeñados en desacralizar lo sagrado para limpiar el arte de adherencias religiosas.

Pues que rechinen, sonrían o pedanteen, porque las tres cosas son ciertas. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o yo. Creer o no creer en la Inmaculada es una opción personal. Pero reconocer la finura intelectual de su elaboración teológica, la asombrosa y compleja belleza de su iconografía, el papel que Sevilla jugó en ella y la importancia que en el sentimiento popular ha tenido esta devoción es una cuestión objetiva.

No es necesario creer en los dioses para disfrutar de Homero, Esquilo, Hesíodo o Virgilio. Ni profesar el budismo para admirar las esculturas del Buda de la Gran Compasión o abismarse en la lectura de los textos taoístas. Precisamente una de las más hondas máximas taoístas -vencer sin combatir, responder sin hablar, atraer sin llamar, actuar sin moverse- me ha evocado siempre el quieto poder, el abismal silencio y el misterioso hundimiento en el centro de sí misma que las grandes representaciones de la Inmaculada plasman. Piensen en la Cieguecita de Montañés, la Inmaculada Niña de Zurbarán, la de la National Gallery de Velázquez o la de los Venerables de Murillo. Y si quieren ponerles música sin salir de Sevilla, ahí tienen a nuestros Cristóbal de Morales y Francisco Guerrero, tan admirados por el mundo, tan olvidados por Sevilla. ¿Cultura? Ahí la tienen. Feliz día de la Purísima.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios