Análisis

Joaquín Aurioles

La insoportable inestabilidad económica

Amenazas como el desplome de los emergentes, las restricciones de liquidez o la saturación en los mercados de materias primas pueden activarse en cualquier momento antes del verano.

A principios de año existía miedo a una fuerte recesión a escala internacional. En Estados Unidos se admitía que las cosas iban peor de lo esperado y desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) se anunciaba que 2016 podía resultar decepcionante. El origen de las turbulencias era múltiple. Las economías emergentes no conseguían sobreponerse a la caída en el precio de materias primas ni a la falta de liquidez, alimentando una notable inestabilidad en el mercado de divisas, a pesar del colchón de reservas que mantienen. Por su parte, la banca europea volvía a mostrar sus frentes más vulnerables, especialmente en Alemania e Italia, y las pérdidas acumuladas en las bolsas de todo el mundo se agudizaban con el cambio de año, incluida la española, que en el mes de enero se dejaba un 15% y el doble desde el verano pasado. Pero, ¿por qué estaba ocurriendo todo esto?

Desde luego el contexto geoestratégico seguía siendo de lo más adverso y sus efectos se dejaban notar especialmente en Europa, de nuevo duramente golpeada por el terrorismo, aunque las causas más importantes eran estrictamente políticas y económicas. El progresivo agotamiento del margen de maniobra de la política monetaria y sus modestos resultados en materia de empleo, crecimiento o lucha contra la deflación, refuerzan la demanda de mayor coordinación con la política fiscal, en contra de la opinión de algunos gobiernos, como el español, que siempre ha insistido en la prioridad del objetivo de déficit. Pero si hasta entonces la preocupación se había limitado a la efectividad de la política económica, de un tiempo a esta parte también se cuestiona la capacidad de los gobiernos para el control de sus propios problemas internos, como los equilibrios financieros a corto (déficit) y largo plazo (sistema de pensiones). Por otra parte, entre las causas de naturaleza estrictamente económica había que destacar, en primer lugar, la incertidumbre sobre la economía china, que con el ajuste en el tipo de cambio y la intervención cautelar en el mercado de valores de Shanghái para evitar males mayores, recogía el testigo europeo como principal fuente de tensiones desestabilizadoras a nivel mundial. En segundo lugar, el nuevo contexto monetario internacional, tras la primera subida de tipos de interés en Estados Unidos en diciembre y el anuncio de cuatro subidas más a lo largo de 2016. En tercer lugar, el hundimiento de los precios de las materias primas y, muy particularmente, del petróleo. Los tres factores están íntimamente relacionados y confluyen en la explicación de las graves dificultades que atraviesan las economías emergentes. Estas dificultades no han desaparecido con el transcurso de los meses, sino que incluso se han agravado en algún caso, como Brasil, y las previsiones del FMI sobre crecimiento de la economía mundial han sido nuevamente recortadas (cuarto recorte consecutivo), pero el estado de alarma frente al riesgo de un nuevo episodio de recesión internacional ha sido claramente desactivado, aunque tan sólo a corto plazo.

Las consecuencias de la ralentización de la economía china se mantienen prácticamente como estaban, especialmente para las emergentes, pero tanto las intervenciones del pasado verano para acabar con lo que se calificó como estallido de la burbuja especulativa, como los posteriores estímulos a la demanda (reducción de tipos de interés, aumento del gasto público y del crédito al sector privado) parecen estar funcionando, hasta el punto de permitir un nada despreciable crecimiento del 6,7% durante el primer trimestre de este año. En lo que se refiere al contexto monetario, las circunstancias han cambiado considerablemente durante estos meses, tanto porque la Reserva Federal (Fed) estadounidense ha decidido aplazar, seguramente hasta después del verano, la primera de las subidas de tipos anunciadas para este año, como por los nuevos impulsos desde otros bancos centrales, incluido el europeo tras el anuncio de iniciar la compra de bonos corporativos.

La incógnita del momento está en si la reunión de mañana en Qatar de la OPEP será capaz de encontrar una fórmula para frenar la caída del precio del petróleo y conseguir que todos la suscriban. Algunos ya lo hicieron en el mes de febrero, acuciados por la necesidad de resolver el exceso de oferta en un mercado en el que, por si había pocos problemas, acaba de aterrizar Irán, un nuevo y formidable competidor de Arabia Saudí en diferentes sentidos. El clima dominante sobre la posibilidad de alcanzar un acuerdo significativo es de claro escepticismo, por lo que difícilmente cabe esperar una rápida solución a los problemas de saturación del mercado. Esto significa que, al menos durante unos años, el precio del petróleo se va a mantener en niveles reducidos y probablemente también el del conjunto de las materias primas, afectadas por un problema similar de sobreoferta.

La conclusión, por tanto, es que si bien cabe esperar un clima de cierta tranquilidad en la economía mundial a corto plazo, digamos que hasta el verano, todas las amenazas de desestabilización (restricciones de liquidez, desplome de los emergentes y saturación en los mercados de materias primas) pueden activarse en cualquier momento, especialmente las restricciones monetarias en Estados Unidos.

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