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La tribuna

óscar Eimil

El interés general

ES bien sabido, al menos teóricamente, que una cosa es el interés general de todos y otra bien distinta el particular de cada uno, siendo en principio el primero, para cualquier grupo humano, el resultado de la suma de todos los segundos. Sin embargo, resulta que lo que, en comenzando, aparece muy claro, se complica hasta el infinito en las sociedades complejas, en las que las continuas interferencias entre lo general y lo particular hacen que no siempre resulte fácil para el observador determinar con seguridad cuando nos encontramos ante uno o ante otro; máxime, cuando el ámbito de lo particular no puede circunscribirse a la esfera de la persona individual, sea física o jurídica, sino que debe ampliarse también al de los grupos de personas que comparten un interés común que no sea coincidente con el interés general.

Estas disquisiciones adquieren además un mayor grado de dificultad porque existe en la sociedad moderna una clara tendencia a disfrazar lo particular de general, pretendiendo frecuentemente los individuos y los grupos de intereses, con impostura, convencer a los demás de que los suyos -sus intereses- son más generales de lo que realmente son; acaso porque nuestra comunidad, o al menos los individuos que la integran, no siempre son capaces de comprender que los intereses individuales pueden ser tan legítimos como los generales, siempre y cuando no se intente engañar a los demás haciendo pasar por general lo que, en realidad, no es más que particular.

Viene todo esto a cuento porque sirve para clarificar lo que hay realmente en el fondo de las muchas controversias sociales que vivimos estos días en España; lo que es de agradecer siempre, pero más ahora cuando nuestra sociedad parece deslizarse peligrosamente por el filo de la navaja del conflicto permanente. Y creo que la claridad de ideas en esta materia es muy importante para que todos reflexionemos, porque la mayoría de estos conflictos, casi todos con un claro trasfondo político, parecen querer llevarnos, lamentablemente, al mismo sitio: un callejón sin salida que, por tanto, no conduce a ninguna parte.

Es cierto que parece existir todavía en nuestro país una mayoría social sensata que no está dispuesta a dejarse arrastrar por esta vorágine que puede llevarnos a perder, como individuos y como sociedad, todo lo que con el esfuerzo de varias generaciones hemos conseguido, pero también lo es que este autodestructivo camino sin retorno no precisa de ninguna manera del apoyo de la mayoría; porque la ruptura -siempre ha sido así- puede perfectamente articularse a través de una vanguardia minoritaria muy proactiva en la reivindicación permanente y de un canal de comunicación social incontrolable que actúe como propagador del incendio que se está provocando.

Ambos elementos ya existen en España, aunque muchos, a pesar de los avisos, siguen negándose a admitirlo. Así nos encontramos, por un lado, como elemento potencial de involución, con la asombrosa influencia que han adquirido las redes sociales en un mundo que, me temo, no estaba preparado para asimilar lo que éstas representan; y por otro, con los diferentes grupos de descontentos, muy ideologizados, a los que se ha perjudicado en sus intereses particulares, y que están siendo instrumentalizados por los que tienen mucho que ganar en el río revuelto de las tensiones sociales; grupos de descontentos que parecen no caer en la cuenta, quizás por la propia instrumentalización de que son objeto, de lo muchísimo más que podrían perder, ellos y casi todos los demás, en ese camino de destrucción institucional que algunos han emprendido.

Por eso, convendría mucho que supiéramos deslindar en cada caso, y más en estos momentos, lo que es el interés general de lo que son lo muchísimos intereses particulares que conviven en nuestra sociedad. Al menos darnos cuenta de que no es lo mismo el interés particular de los enseñantes que el de nuestra sociedad a que todos los ciudadanos tengan la mejor formación; el de los agentes del sector sanitario que el de nuestra sociedad a tener cubiertas adecuadamente sus necesidades médicas; el de los actores del sector judicial que el de nuestra sociedad a tener una Administración de Justicia moderna y eficiente; el de los profesionales del linchamiento público que el de nuestra sociedad a mantener la estabilidad de las instituciones; el de la minoría que no paga sus deudas que el de nuestra sociedad a mantener un sistema financiero potente y saneado, y así hasta cubrir casi todos los ámbitos de las protestas; porque tengo la sensación de que en el fondo de todas ellas late más el "¿qué hay de lo mío?" que el "¿qué pasa con lo de todos?", cuando me parece que ha llegado ya el momento de preguntarse, parafraseando a JFK, no lo que nuestro país puede hacer por cada uno de nosotros, sino lo que cada uno de nosotros podemos y debemos hacer en este momento crucial por nuestro país.

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