Quedan pocas horas para desvelar el anhelado misterio sobre si, al final, Penélope Cruz obtendrá o no el Oscar de Hollywood. Y menos mal porque, sin que ello suene antipatriótico o transmita la sensación de que no soporto a la chica, menudo latazo nos llevan dando con el dichoso temita. Vamos que, entre la crisis y lo de la estatuilla dorada para Pe, el discurso informativo, a pesar de la multitud de medios que existen, ha quedado bastante reducido.

En Inglaterra, ahora que acabo de pasar un par de días allí, he descubierto que tienen un tercer motivo de conversación. Un asunto personalizado en una millonaria joven que, ataviada de rosa chicle y con su cursi perrito siempre en mano, se asemeja a un personaje sacado de un capítulo de "Vacaciones en el mar" o, mejor aún, de uno de la remilgada "Flamingo Road" que, como curiosidad, se emitía el mismo año, 1981, cuando precisamente nació ésa a la que me refiero: Paris Hilton.

Sepan pues que, en la televisión del país del té de las cinco, emiten un programa titulado "Quiero ser amiga de Paris Hilton" donde los concursantes deben pasar diversas pruebas para lograr ese "preciado" objetivo de, por ejemplo, compartir una tarde de "shopping" con esta rubia más tonta que un calamar de silicona.

Mucho le queda por aprender a Paris de la listeza de nuestra Penélope quien, con pelo teñido de L´Oreal y peinado a base de derroches de laca Nelly; ropa de los diversos diseñadores de alta costura que se la rifan -nunca de Mango, que para los modelos "cutrichis" ya está Mónica, la hermanísima-; dientes tan blancos que parecen pintados de tippex; y posaderas postizas para según qué papeles (recuerden sus voluminosas formas en "Volver"), nos tiene a todos embobados con un estilo que, rematando su estudiada "naturalidad", no es sino una revisión del clásico "look" de la inolvidable Audrey Hepburn. Expuesto lo expuesto, ¿alguien duda cuál de las dos amistades resulta más beneficiosa?