La tribuna

Gonzalo Rivas Rubiales

Los 'intocables'

ESTE presente, incómodo e imperfecto, en el que nos sitúa la crisis es fruto de la aplicación tácita del darwinismo social que promueve la "supervivencia del más apto", es el resultado de haber seguido el criterio único del enriquecimiento sin control. Mientras llamábamos ambición, como sinónimo de éxito, al engaño, el pillaje y la piratería, hemos dejado que el timador reemplace sin pudor al homo economicus. "El dinero se paga. El dinero sólo es dinero cuando se gasta", decía Luis Rosales, y añadía que el dinero acumulado tiene la consecuencia perniciosa de distanciar al hombre de sí. En ese punto estamos, en la consecuencia de haber comerciado acumulando dinero y olvidando que, en palabras de Amartya Sen, el éxito de la economía de mercado también necesita confianza, vocación pública y generosidad.

Hemos generado la inusitada situación de progreso estacionario, y por motivos diversos -entre los que no son asunto menor el deterioro del medio ambiente o el desamparo de los más débiles- se cuestiona la posibilidad de que la siguiente generación viva mejor que la de sus padres. En este momento de reflexión obligada del sistema, hay que tener en cuenta que las personas con discapacidad todavía ni siquiera estábamos dentro de esa que Lipovetsky llama sociedad de la decepción fruto de la felicidad paradójica de convivir entre el bienestar social y el malestar subjetivo. No formamos parte plenamente del engranaje social que ahora se tambalea, no nos ha dado tiempo todavía a desencantarnos de la sociedad de la abundancia, porque las personas con discapacidad seguimos sobreviviendo en un ambiente cotidiano hostil: soportando arresto domiciliario, según la voluntad de los vecinos, y sorteando barreras, sin acceder naturalmente al trabajo, a la educación…

Por eso, la misma ingeniería social que ha fomentado el enriquecimiento como un fin en sí mismo y ha pasado de puntillas por una concepción del bienestar como nuestra verdadera oportunidad de convivencia, ha generado la aparición de un movimiento asociativo que es ahora la red de infraestructuras imprescindible para que nuestra respuesta colectiva siga siendo un proceso y no un episodio.

La formación y el trabajo de las distintas asociaciones como una estructura intermedia e intermediaria entre la realidad y el Estado se convierte en agente esencial para las aspiraciones y necesidades reales de las personas con discapacidad.

La tesitura económica actual ha obligado a la clase política a no poder representar el planteamiento de utopías generadoras del entusiasmo colectivo; antes que todo hay que enderezar un presente que ya viene dado y torcido.

Pero la acción política en medio de esta confusión, necesariamente transitoria hasta la salida de la crisis, no debe plantearse cambiar el mundo sino esforzarse, casi con obstinación, en que la recesión en la economía no implique también una recesión ética. Los avances en política social deberían ser cuestión de dogma; el nuevo espacio jurídico y sus representantes sociales deben mantenerse sin necesidad de justificación cada vez que la economía se replantee su modelo de supervivencia. En este sentido, el trabajo de años para contar con un entramado social, desde el ámbito rural hasta las grandes ciudades, no es sólo necesidad, sino la urgencia de mantener la voz que transmite las injusticias de la vida cotidiana y plantea soluciones para más de 700.000 personas y sus familias en Andalucía.

La crisis no puede ser patente de corso para que los ajustes presupuestarios afecten de manera especial a los derechos de las personas con discapacidad. La infantería que dirige y canaliza estas exigencias ha sido este movimiento asociativo eficaz que debe ser considerado como un Cuerpo Social Permanente del que no se puede prescindir según los vaivenes de la economía. Los anticuerpos para hacer frente a esta difícil situación no puede generarlos el tejido social menos fortalecido en momentos de bonanza.

Somos un grupo social emergente y, en los últimos tiempos, la aprobación de leyes como la de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las Personas en Situación de Dependencia (todavía poniéndose en pie) nos ha situado en una posición inmejorable respecto a nuestro pasado reciente, pero el ajuste de gastos debe mirar hacia otro lado; la quiebra de la economía no puede enmendar la política social.

Por motivos de salud cívica seguimos siendo una buena fuente de inversión que entendemos que el dinero, mucho o menos, cuando se gasta se convierte en eficacia, en movilidad, en supresión de barreras, en autonomía… Confiamos en que la recesión no nos haga partícipes de sus cuentas y sus descuentos, y que, modestia aparte, en esta crisis se nos dé el tratamiento de intocables.

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