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José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

El invento del turismo

A Sevilla, en calidad de la oferta turística, le falla todo menos la riqueza monumental de la ciudad

Sevilla en el turismo, como en tantas otras cosas, está dando palos de ciego. Por muchas cifras récord de visitantes que el Ayuntamiento se empeñe en vender un mes sí y otro también, por mucho que quiera sacar músculo el escuálido aeropuerto de San Pablo y por muchas tiendas de souvenirs y veladores que ocupen las calles. El turismo del siglo XXI o es de calidad o es otra cosa. Y Sevilla carece precisamente de eso, de una oferta de calidad que complemente la capacidad de atracción de uno de los conjuntos monumentales más potentes de Europa. Sevilla está en vías de masificación turística: es una evidencia que nadie puede negar. Pero confundir eso con el éxito de una política encaminada a fijar este sector como casi el único que puede generar actividad económica o empleo es un error. El mismo fenómeno lo están sufriendo, en mayor medida que nosotros, otras ciudades tan importantes como Barcelona e incluso Madrid. El debate abierto en la capital catalana sobre la imposición de una tasa turística, que ya se ha trasladado casi con sordina a Sevilla, no es ningún disparate y antes o después se impondrá como una medida lógica.

A Sevilla le falla todo, excepto la riqueza monumental de la Catedral y el Alcázar y algunos estereotipos fijados en torno a los toros y las imágenes de mayor devoción de la Semana Santa. Su oferta museística se podría calificar, sin caer en ninguna exageración, de lamentable, a pesar de contar con una pinacoteca de la importancia del Bellas Artes. El abandono administrativo de este museo, la falta de dotación presupuestaria o el fracaso de los planes de ampliación hacen que esté lamentablemente infrautilizado. Pero además no se complementa con otros centros que lo impulsen. Si se mira en la lejanía lo que ha hecho Barcelona en los últimos años o nos venimos mucho más cerca a Málaga, la conclusión sólo puede ser desoladora. Los malagueños en muy poco tiempo se han hecho con marcas museísticas como Picasso, Thyssen o Centro Pompidou, que ahora van a completar con el espectacular Palacio de la Aduana. Aquí no hemos sido capaces ni de restaurar el Arqueológico.

Algo parecido cabe decir de la oferta cultural. El Teatro Maestranza es otro ejemplo de un activo que podía ser de primer nivel y que está claramente desaprovechado. La temporada de ópera no llama la atención fuera del ámbito local, a pesar de que Sevilla es la ciudad de la ópera por excelencia. Lo mismo pasa con los toros en la que posiblemente sea la plaza más emblemática del mundo. La oferta gastronómica también está muy lejos de la que debería de ser para competir en la primera división del turismo mundial: las estrellas Michelin se nos resisten -una y pare de contar- porque no hay visitantes que justifiquen la enorme inversión que requieren los restaurantes de élite.

También se podría hablar del desaprovechamiento del río, como se acaba de evidenciar con el desmantelamiento de la noria, los problemas del acuario o los de las obras de Marqués del Contadero. Tampoco sabemos explotar la cercanía de Doñana, quizás el foco más importante de atracción de turismo medioambiental de toda Europa.

La lista podría hacerse mucho más extensa y el denominador común sería siempre el mismo: nos falta calidad para ser un destino mucho más atractivo de lo que somos por la propia historia de la ciudad. Ello quizás nos permita -de hecho ya lo está haciendo- llenar nuestras calles de visitantes, que las colas para acceder a los principales monumentos sean interminables y que algunos bares de tapas se hagan ricos a base de llenar las calles de veladores. Pero la excelencia turística, ese factor diferencial que haría que de verdad éste fuera el sector que impulsara el desarrollo de Sevilla está muy lejos de conseguirse. Y no estamos haciendo nada para acercarnos.

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