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enrique / garcía-máiquez

El jardín del Edén

JULES Renard no veía en la vida más que razones para no escribir una novela. Me lo demuestran unos amigos. Nos cuentan lo que les ha pasado, y ahí está, vivita y coleando, la novela, y no cualquiera, sino una ejemplar, con ecos cervantinos; y un toque Woodehouse.

Mi amigo ahorra. Se considera prudente. Yo tengo la sospecha de que, además, le entusiasma, como le pasaba a Erzsy, la rica protagonista de El viajero bajo el resplandor de la luna, que un día descubrió las voluptuosidades de la austeridad. A la mujer de mi amigo el ahorro no la encandila tanto. Por eso, ella sostiene la necesidad perentoria de contratar un jardinero, mientras que él insiste en que no hace falta, que ya lo cuidará él. Ha desarrollado, asegura, una intensa afición a la jardinería. Ella no se fía ni de su nueva afición ni de su pericia.

Mi amigo acaba, lógicamente, rindiéndose. "He contratado a un jardinero", suspira. Mi amiga pregunta quién. El del vecino, sí, dice, tras un leve titubeo. Como ella es una ejecutiva y no para en casa, no se cruza con el nuevo operario, pero va percibiendo mejoras. Las comenta con sus padres, orgullosa del servicio.

No sé si la exuberancia del jardín tuvo algo que ver, pero tienen un niño. Ella está, entonces, de baja por maternidad. Y una mañana, entre una toma y un cambio de pañales, cae en la cuenta de que lleva ya tres o cuatro semanas en casa sin ver aparecer jardinero alguno. Pregunta. Mi amigo le dice que tuvo un esguince, y anda de baja. "Tendrás que cuidar tú las plantas estos días", se resigna ella. "Sí, sí", sonríe él.

Al fin hace sol. Y ella sale con el bebé a dar un paseo. Se topa, nada más abrir la cancela, con el jardinero del vecino. Lo increpa: "Qué cara dura, decir que está usted de baja y, sin embargo, trabajar para el vecino". El jardinero la mira atónito. No sabe. Jamás ha entrado en su casa. ¿Qué esguince? Se hace la luz. Ella lo entiende todo.

Maquiavélica, vuelve, lentamente, a casa. Y espera. Cuando llega el marido, comenta con suavidad: "Desde que el jardinero, pobrecillo, tuvo aquel desafortunado accidente, el jardín da asco". Él explota, con una risa estentórea, entre sarcástica y teatral: "He sido siempre yo, ¡yo!". "Ya, ¡ya!", dice ella, con cara de haber estado en la pomada desde el principio, "pero lo hacías bien porque eras un jardinero virtual, ahora, sin embargo...". Y retoman el debate, divertidos, felices, conyugales.

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