Suculento botín el cosechado por el Sevilla en La Rosaleda y más suculento aún viendo cómo tropezó su enemigo más directo para un lugar preeminente en la próxima Liga Europa y de qué forma hubo de conformarse con el empate el rival a perseguir por un puesto en la Champions. El empate del Valencia en San Mamés y la derrota del Villarreal en esa especie de callejón sin salida que es Ipurua realzan el triunfo de Málaga.

Un triunfo que fue más trabajado por deméritos propios que por lo que hizo el rival. El 0-1 sólo tuvo brillo en el gol de Correa, que fue una obra de arte en su ejecución y en su génesis. El pase de Nolito fue una maravilla, sobre todo por la clarividencia de ver un bosque demasiado lleno de árboles que dificultaban su visión. Y ahí, en ese preciso y precioso lance fue donde murió el brillo para un Sevilla que no supo hacer sangre de un cadáver llamado Málaga Club de Fútbol.

Paralelamente caía el Villarreal en Éibar y se conformaba el Valencia con unas simples tablas ante un rival tan descafeinado como este Athletic Club que adiestra Ziganda, Ciganda en sus primeros tiempos como cuco goleador de Osasuna. Y como el Valencia es el único asidero que puede llevar al Sevilla a una nueva Champions, pues miel sobre hojuelas. Miel sobre hojuelas y pasión asegurada para la visita de los de Marcelino a Nervión la semana próxima.

Con una final en perspectiva y todavía vivo en Champions, la campaña sevillista está resultando brillante si no fuese por el poco fútbol que exhibe. El estropicio del Atleti en Nervión se arregló en La Rosaleda, pero sólo en parte. Por supuesto que en este juego, nada como ganar, pero el adobo de algo de fútbol no vendría nada mal. Y mañana, la ocasión que ni pintada para otro paso adelante. Llega a Nervión un irreconocible Athletic como víctima propiciatoria del Sevilla.