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El poliedro

La joven esperanza blanca se acalambra

La previsión de nulo crecimiento del PIB en el último trimestre acaba con la feria de los términos económicos

CON un dorsal de menos de dos dígitos, entre las favoritas, sacando pecho y acostumbrada ya a los flashes, la rutilante economía española, auténtica revelación de la temporada, corría a una velocidad superior a las demás durante una década entera. De pronto, casi sin haber mostrado síntomas de flaqueza, fue perdiendo fuelle aceleradamente, hasta que su debilidad fue tal que el fuerte viento que le venía de cara consiguió pararla en medio del tartán, y amenazaba con empujarla hacia atrás y hacerla perder metros. Algunos pérfidos periodistas británicos -que habían proyectado la sombra de un dopaje español compuesto por cócteles de euforizante constructor, financiación exterior masiva, consumo galopante y elefantiásica deuda familiar- se intercambiaron en la grada gestos de inteligencia: "Esto se veía venir". Aparte de la evidente hipermusculación de la fondista, asomaba tras esa actitud el resentimiento por las sucesivas victorias españolas a domicilio en las competiciones bancaria, de servicios aeroportuarios y de telecomunicaciones. La atleta tenía ahora la expresión extenuada y atemorizada de un gorrión sin agua bajo el sol de agosto; paralizada y acalambrada en la pista, sin saber qué había pasado ni qué hacer. Su entrenador, en la grada, tras el continuo pavoneo mitinero en las ruedas de prensa, también estaba atribulado y petrificado en la primera fila de la grada. El ídolo sufría. Y, durante un tiempo indeterminado, seguiría sufriendo.

Según la ortodoxia, para crear empleo neto una economía debe moverse en unos ciertos niveles de crecimiento del PIB. Lo contrario es igualmente cierto: si una economía no crece -y más aun si decrece en su producción agregada de bienes y servicios en un periodo de tiempo determinado- no genera empleo, e incluso destruye el existente. El paro es una consecuencia inmediata de una crisis económica, y es su síntoma más palmario. En España y en Andalucía no para de crecer desde hace unos meses: de junio a junio, en el último año se han registrado cien mil parados más en nuestra región, nada menos que un 18% más. El sector más castigado, la construcción, ve como ese indicador sube hasta el 60%. Tras ser negada tres y mil veces, la crisis o el estancamiento económico con paro e inflación se ha hecho corpóreo. Se quedará con nosotros una temporada -pronosticar cómo será de larga es gratis-, y no sabemos sin estaremos saneados para el nuevo ciclo, a qué cota llegaremos en el descenso que viene y qué circunstancias globales -con la masiva y vertiginosa incorporación asiática al mundo del consumo, el bienestar y el privilegio- deberemos afrontar cuando pase este "catarro" que va a durar no menos de dos años.

Tras la ceremonia de la confusión terminológica causada por el propio pánico gubernamental y después orquestada para ganar tiempo, ya todos sabemos qué es la desaceleración de una economía (perder fuelle), e incluso ya se nos permite hablar de recesión (no avanzar, sino retroceder) sin ser fulminados por los ojos de Torquemada; el propio Solbes dice que la recesión "nos va a rozar el larguero", y su íntimo enemigo Sebastián dice que "España está casi en recesión". Sólo hace una semana, de recesión no hablaba casi nadie, a pesar de que el ritmo de desaceleración era tal que tal crecimiento por debajo de cero (decrecimiento, o recesión en caso de alargarse en el tiempo) era inminente, cuestión de pocos meses. Por fin, tras el pistoletazo de la previsión del BBVA difundida esta semana, nos quitamos las caretas y dejamos de marear con galgos y podencos. Toca diagnosticar, actuar con prudencia, en lo posible, sin reinventar la rueda y sin recetas geniales. Ya lo dijo, más o menos así, Ignacio de Loyola: no hay nada más peligroso que un visionario en tiempos de crisis.

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