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José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

La justa medida

Uno de las mayores disparates que se han hecho en Sevilla en este siglo es dejar que la Semana Santa pierda identidad

Para muchos miles de sevillanos, la semana que comienza hoy y las vísperas que hasta ella nos han llevado son el momento de mayor plenitud del año. Es así porque la Semana Santa dibuja el territorio donde conviven las devociones más íntimas con el mapa de la memoria y las vivencias de la infancia. Y ya se sabe que Rilke lo clavó cuando dijo aquello tan citado de que la verdadera patria del hombre es la infancia. No es extraño, por tanto, que los sevillanos reconozcamos en la Semana Santa una parte trascendental de nuestra patria verdadera. Por eso creo que uno de los mayores disparates que se han hecho en la ciudad en lo que llevamos de siglo es haber puesto la Semana Santa ante el riesgo claro de perder su identidad y convertirla en otra cosa en la que los propios sevillanos dejamos de reconocernos. La celebración se ha visto fuertemente alterada por los problemas de seguridad que han afectado a la Madrugada -a partir de los desgraciados sucesos del 2000- y por la pérdida progresiva de civismo que se ha adueñado de la calle. Este año, cuando se hablaba en los medios locales de su preparación, con cámaras, aforamientos, ley seca o presencia policial, más bien parecía que estábamos en las previas de una final de fútbol con hinchadas especialmente borrokas que de lo que siempre habían sido los días en que Sevilla se luce en la calle como en ninguna otra ocasión, en los que hace alarde de la justa medida con la que ha configurado a lo largo de los siglos su fiesta mayor.

Esto es grave, preocupante y alarmante para los que vivimos aquí, que vemos cómo de una forma acelerada se está perdiendo la identidad de una celebración única en el mundo; que asistimos, en definitiva, a la pérdida de esa justa medida. Son muchas las cosas que dependen de la Semana Santa, del arrastre social de las hermandades y de lo que le supone para la ciudad la ocupación masiva y festiva de las calles en esos días.

Pero por lo menos igual de importante es su carácter de tarjeta de presentación de Sevilla ante el mundo. La Semana Santa ha forjado, junto con los toros y el flamenco, la imagen de la ciudad fuera de nuestras fronteras. Una imagen, ciertamente, cargada de tópicos, muchos de ellos estereotipados y falsos, pero en la que subyace una forma de entender la vida que nos ha dado carta de naturaleza y de autenticidad. Ahora que el turismo parece ser la fuente única de nuestro futuro, perder esa personalidad es suicida. Por todo ello y por muchas más cosas que cualquier sevillano sabe, no nos dejemos arrebatar la Semana Santa. Y la mejor forma de hacerlo es vivirla y disfrutarla en la calle.

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