EL Ateneo reduce en 15.000 kilos el aprovisionamiento de caramelos en las bodegas de las 33 carrozas de su cabalgata. De 65.000 kilos pasa a 50.000. Es un acierto que ha de verse bajo el prisma de la botella medio vacía o medio llena. Creo que sus directivos no se han atrevido a un recorte más importante por miedo a exhibir escasa alternativa a la tradición del lanzamiento de caramelos a puñados, caídos en desgracia en el ánimo de los sevillanos desde que entraron en liza los gasparines y otros peluches. Lipasam hubiera agradecido mayor valentía. En tiempos de ajustes presupuestarios se ahorraría muchos miles de euros de la limpieza especial de las calles pringosas. El gentío cada vez coge menos caramelos y sin embargo los pisa en el rompan filas de la bulla cabalgatera.

La ilusión ha de gestarse de otro modo. Para empezar con música, baile y canciones, en lo que podrían participar no sólo las bandas y los beduinos, sino también los niños que se pasan como mínimo seis horas montados en las plataformas. Sé que esto es un tema resbaladizo pero no hay que tener miedo a afrontarlo buscando expertos.

El ahorro en la compra de caramelos hay que derivarlo a la incorporación de innovaciones técnicas que no generen riesgo y estimulen la fascinación. Y, por supuesto, instar a los patrocinadores a secundar el camino iniciado por José Moya, presidente de Persán, con los gasparines.

Cuando los caramelos son más identificados con la suciedad que con el encanto de un desfile es un indicador del sustancial cambio en la opinión pública sevillana. Y en eso no ha influido nada que exista una Delegación municipal de Sostenibilidad, a la que también cabe pedir que intervenga para moderar en todos los distritos las ansias del lanzamiento de caramelos en los barrios durante la mañana del 6 de enero. Lo agradecerán los hijos de los trabajadores de Lipasam. Porque tendrán más tiempo a sus padres en casa en unas horas que valen su peso en ilusión.