Fragmentos

Juan Ruesga / Navarro

Los latidos de Santa Clara

SI el casco antiguo fuera un organismo vivo, su corazón sería el convento de Santa Clara. Un órgano vital, oculto, que distribuye por toda la ciudad la savia histórica que la alimenta. Otros lugares de la ciudad son la cara, el cerebro, los músculos que libran batallas diarias de supervivencia. Pero es en Santa Clara, en lo más profundo del ser urbano, donde se pueden oír los latidos que mantienen con vida a Sevilla.

Parte de mi vida esta ligada al convento de Santa Clara. Desde mi infancia, en que recorría la ciudad los domingos por la mañana con otros compañeros del colegio. Nos gustaba llegar hasta la puerta del compás de Santa Clara, traspasarla y asombrarnos con el mundo que se abría ante nosotros. Naranjos ordenados en un patio rodeado de pequeñas casas. Una portada de iglesia cerrada y al fondo, a la izquierda, una cancela. Esperábamos con inquietud, que su cerrojo estuviera abierto. Un pequeño pasadizo de unos cinco o seis metros, con lápidas de mármol en las paredes y otros fragmentos dispersos apoyados en el suelo. Al final, girábamos a la derecha y aparecía una escultura de bronce, inmensa, en la que se podía leer "Fernando VII". Allí apretábamos el paso y salíamos a un espacio ajardinado presidido por una torre de aspecto medieval, erguida en medio de aquel recogido lugar. Luego fueron llegando datos y nombres como un inmenso rompecabezas, que poco a poco va cobrando vida y sentido. Don Fadrique, que edificó la torre. Juan Talavera y Heredia y su amor por Sevilla, que compuso y dio forma al lugar. La carrera de Arquitectura y los estudios del casco histórico. Las visitas al preciado lugar con compañeros de profesión, venidos de otros países o ciudades, a quienes mostrábamos orgullosos nuestro pequeño tesoro local. Noches flamencas de los primeros balbuceos de la Bienal. Pero llegaron tiempos peores. El compás se cerró.

Un buen día, o mejor dicho, un día bueno, me dijeron que íbamos a visitar el convento de Santa Clara, porque el Ayuntamiento estaba pensando crear un Museo de la Ciudad, y la sede podía estar en Santa Clara. Una mañana, con ojos nuevos, recorrí el convento en todas sus dependencias abandonadas ya por la comunidad. Empecé a estudiar aquel proyecto de Museo con cariño. Supe que mi amigo José García-Tapial, desde la Gerencia de Urbanismo, trabajaba en el proyecto de restauración. Los trabajos iban tomando forma, pero finalmente no hubo Museo de la Ciudad, aunque si se avanzaba en la restauración del convento. Empezaron los cambios de uso, nuevas ideas, más o menos concretas, y la restauración continuaba. No hace mucho tiempo, José García-Tapial me dijo que quería enseñarme todo lo que había aparecido en el convento, que era increíble la importancia de pinturas y artesonados ocultos. Y de repente leo la noticia de que Santa Clara se propone como lugar para ensayo de tambores y cornetas. Con estupor, que aún no he superado, pensé, pero ¿cómo van a tocar el tambor allí? ¿Quieren ahogar los fuertes latidos de ese inmenso corazón que nos da vida a los sevillanos?

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