La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Por Quien las luces se encienden

Los cristianos han dado al mundo la celebración más universal. ¿O no saben por Quién se encienden las luces?

Ando en lo mío, escribiendo, y de pronto un destello de luces de colores: se ha encendido por primera vez el adorno de Navidad que cuelga ante mi ventana. Los seis tomos de las obras de Dickens que mis padres me regalaron hace tantos años ven también encenderse las luces navideñas y empiezan a moverse en la estantería pidiendo ser leídos como si fueran perrillos exigiendo una caricia. Habrá que ver a cual le toca cuando llegue la Inmaculada, que es para mí, como para tantos, el inicio del tiempo de Nacimientos, la Niña de la Puebla y Dickens.

El encendido de las luces el pasado viernes ha dado antes de la cuenta la vuelta al reloj de la Navidad, que tiene serrín y purpurina en vez de arena. Pero no importa. Al fin y al cabo hoy es el primer Domingo de Adviento, las monjas están preparando las cajas de sus dulces para enviarlas a lo que ya dejó de ser costumbre para convertirse en tradición, el martes se inicia el triduo inmaculista en San Antonio Abad y la Pura y Limpia prepara su portería del Postigo para recibir. La ciudad tiene sus tiempos y estos tienen nombres propios. En el caso del Adviento y la Navidad estos nombres son Inmaculada, Esperanza y Gran Poder. Y éstos, a su vez, tienen sus territorios propios porque están, desde hace siglos, hincados en las entrañas de la ciudad. Es más, la han hecho en gran medida tal y como la conocemos. Así el Adviento va de arco a arco, del Postigo a la Macarena, de la Inmaculada a la Esperanza. Y la Navidad va de Basílica a Basílica, de la Resolana a San Lorenzo, de la Esperanza al Señor del Gran Poder.

¿Demasiadas alusiones religiosas? ¿Secuestro cristiano de lo que es de todos? Muy al contrario: los cristianos han ofrecido al mundo la celebración más universal arriesgándose a que lo que es propio suyo se diluya hasta perder su sentido. No importa. De puertas adentro de nuestros templos, de puertas adentro de nuestras casas y sobre todo de puertas adentro de nuestros corazones nadie podrá quitarnos la Navidad o desvirtuarla. "No hay nada fuera del hombre que, por entrar en él, lo pueda contaminar. Pero lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre" dijo el que nació en Belén. Ni el asfixiante tufo del alud de cursis anuncios de perfumes cuyos nombres se pronuncian como si se estuviera comiendo poleá puede con el olor a incienso y a romero. ¿O acaso no saben ustedes por Quién se encienden las luces?

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