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Todos los magos son de mentira

EN el imaginario popular (entiéndase este término en su doble acepción sociopolítica), Rodrigo Rato era sinónimo de crack. Los entendidos de la economía, algún desertor del PSOE y mucho observador casual se sumaban a la causa de la canonización de Rato, una especie de equivalente ministerial de Tim Duncan, que es uno de los jugadores más relevantes de la NBA por su clase y consistencia, de ésos de veinte puntos y diez rebotes durante toda una vida. Los puntos de Rato eran sus certeros análisis y los rebotes sus mágicas recetas. Con él bajo el tablero, con otros jugones como Piqué en la línea de tres, Aznar logró reflotar la economía española, carcomida por el despilfarro y los tejemanejes del tardofelipismo. Como Houdini, muchos pensaron en la infalibilidad de Rodrigo y muchos añoran hoy su presencia en primera línea en vez de en el hoyo venenoso y anegado de Caja Madrid. Los románticos formulan al aire la pregunta: ¿Qué habría pasado con el PP y Rato en La Moncloa en esta época de crisis? ¿Habrían sido mejores las cosas que con ZP y la secuencia Solbes-Salgado? Será imposible saberlo: Aznar eligió al más neutro de sus candidatos a líder, cabreó a Rato y sepultó al partido en una tumba de ocho años de oposición.

Pero la vida, dale que te pego, jamás pierde su amor por las travesuras y los capítulos inesperados, que degeneran a menudo en la iconoclasia, ese saludable ejercicio de autoafirmación. El caso es que Rato, ya lo saben, dirigió el Fondo Monetario Internacional (FMI) entre junio de 2004 y noviembre de 2007. Pues bien, este organismo cuenta con una bonita orquídea salvaje: una Oficina de Evaluación que, perteneciendo a la matriz, actúa con la suficiente independencia como para soltarle un buen guantazo a mamá. Acusa en su último informe al FMI de una sangrante miopía ante la recesión, habla de luchas cainitas, deficiencias organizativas, falta de supervisión y demasiada autocensura. Y, sobre todo, echa por tierra el presunto prestigio del Fondo al advertir que alabó a Islandia por su sólido sistema financiero y aconsejó a los países emergentes que imitaran a los yanquis y se inventaran todo tipo de sucedáneos de las subprime. El entorno ratil le quita hierro al asunto cuando afirma que la capacidad de análisis del FMI queda limitada por la soberanía nacional, que incluye la potestad de facilitar información financiera. Incluso así, Rato pierde, con esta implacable caricatura, su aura de imbatibilidad económica. Resulta que, como cualquiera, también yerra. Y de qué forma.

Quizás estemos ahora más cerca de responder a la pregunta formulada en el primer párrafo: ¿Nos habría ido mejor con el PP? Pulsemos la tecla de la duda razonable. No porque Zapatero lo haya hecho genial (lo ha hecho más bien fatal) sino porque: 1. El concepto del gurú económico es una de las mayores falacias en una ciencia, la económica, donde todos, repito todos, se han equivocado al menos una vez. 2. Ningún ser humano es capaz por sí solo de enmendar, hasta rozar lo milagroso, las inercias de la economía mundial.

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