La ciudad y los días

Carlos Colón

El mejor regalo de Reyes

NADIE se lo tome a mal, pero siempre me ha apenado pensar en quienes esta mañana no se encontrarán en los zapatos el regalo de la Cuaresma sevillana, cuya vigilia empieza hoy en San Lorenzo. Debe ser triste no espiar, día tras día, cómo crece la luz; no saber leer el almanaque que va pasando sus páginas, convocatoria a convocatoria, en las puertas de las iglesias; no sentir cómo los muertos nos cogen de la mano, cómo nosotros cogemos a nuestros hijos de la nuestra, cuando avanzamos junto a los hermanos para hacer la protestación de fe en esas luminosas mañanas de coplas, insignias en las solapas, medallas, incienso y altos altares resplandecientes; no tener una cita en San Antonio Abad el primer viernes de marzo; no reencontrarse con Amargura como si se oyera por vez primera; no pasear por San Julián en tardes de cielo azul Hiniesta. Debe ser triste, sí, no encontrarse esta mañana con el mejor regalo que pueda hacer Sevilla.

Estarán esta noche las puertas de la Basílica abiertas de par en par. Harán corrillo en la plaza quienes no han podido entrar en el templo abarrotado. Brotarán de él, entibiando la fría noche de enero, la música de las coplas de Eslava, el olor del incienso y el resplandor de la luz del altar de quinario multiplicado en los oros de la túnica persa. Repicará la campana cuando el Santísimo recorra bajo palio ese claustro que es la plaza de San Lorenzo. Después, por las calles vacías de la noche triste del día de Reyes, volverán a sus casas más unidas las familias, más amigos los amigos y los solitarios menos solos que cuando salieron de ellas.

En la medianoche llegará Judit a la plaza de San Lorenzo, con las cabezas de todos los Holofernes que quieran destruir Sevilla asidas de su mano, y mirando hacia la Basílica cerrada repetirá la oración que dijo en el Templo, cubierta la cabeza de ceniza, cuando se quemaba el incienso vespertino: "Tu poder no está en el número ni tu imperio en los guerreros. Tú eres el Dios de los humildes, el socorredor de los pequeños, el protector de los débiles, el defensor de los desanimados, el salvador de los desesperados". Y en la triste quietud de la noche del seis de enero, sin testigos, cuando todos duerman, los naranjos se estremecerán presintiendo azahares, las torres se erguirán aguardando soles que hagan brillar sus azulejos, las semillas de los jaramagos despertarán entre las tejas de las azoteas, en el corazón de África los vencejos sentirán nostalgia de los largos atardeceres del barrio de San Lorenzo y Sevilla temblará cuando en sus entrañas la primavera se despierte e inicie su viaje.

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