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Crónicas Levantiscas

Juan Manuel Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Sí, es el mercado

Las patronales y lobistas de los frutos rojos de Doñana deben saber que pueden cruzar una línea de no retorno

La mayor amenaza que se cierne sobre Doñana no es el fuego, destructor pero pasajero, ni el depósito de gas, sino la extensión de los cultivos bajo plástico que beben de los mismos acuíferos. En España arrastramos la mala experiencia del otro parque nacional relacionado con las aguas superficiales: las Tablas de Damiel, que llegaron a secarse por la sobreexplotación agrícola, hasta el punto que la turba entró en combustión un verano. Daimiel se estárecuperando y aunque en Doñana el riesgo no es extremo, hay varios organismos que sí han dado la voz de alarma. Y no todos son ecologistas. El último informe de la muy conservadora Confederación Hidrográfica del Guadalquivir sostiene que el estado no es malo, pero el actual uso del agua por parte de la agricultura "compromete su estado [el del acuífero] y el de los ecosistemas terrestres que de él dependen". Como el agua, claro.

Éste es el problema, un clásico de la conservación ambiental, una pugna que enfrenta a un interés económico, y legítimo, con la conservación de un espacio. La Consejería de Medio Ambiente ha dado un paso importante con el plan de ordenación de cultivos de la Corona Norte del parque, ha cerrado 300 pozos ilegales, pero la amenaza es similar a un fenómeno que también vemos en la costa: el de los hechos consumados. Aunque no se puedan ampliar los cultivos, se desbroza, se pincha el subsuelo, se planta, se cubre de plástico, se aguantan unos meses o años de incertidumbres y, por fin, llega la ansiada regularización. Así se han construido miles de casas en la costa, y así se han abierto muchos cultivos en los alrededores de Doñana. Ahora se espera un trasvase de 15 hectómetros cúbicos desde el Guadiana, pero esto sólo debería ser contemplado como una solución de urgencia; el déficit hídrico provocado por los cultivos no puede ser permanente.

Pero las patronales y las organizaciones lobistas de los frutos rojos deben ser advertidas de que están a punto de cruzar una línea a partir de la cual su mercado -básicamente, el europeo- se le podría volver en contra. Para Bruselas, para muchos consumidores europeos, para su opinión pública, Doñana es una suerte de espacio sagrado: si alguien transmite que esos frutos son responsables de un daño irreversible, el negocio se vendrá abajo. La Unesco recibirá en 2018 un nuevo informe sobre la conservación de Doñana. Hay tiempo, de la amenza se puede obtener la virtud: se impone una marca que certifique el respeto por el espacio, a la vez que un rescate de hectáreas, aunque sean compradas.

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