PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

No ha sido un mes en balde

NEGUEMOS la mayor: ese recurso facilón de afirmar que Sevilla en agosto es una ciudad vacía en la que nada ocurre. Figura retórica y dañina. Hasta en los desiertos hay inquietudes y esperanzas. Y Sevilla no es Atacama o el Sahel. Agosto en Sevilla también ha sido tiempo de amar o de morir. Laboratorio de proyectos, lugar de encuentros, cabildo de agobios, cenáculo de esperanzas, urdimbre de sueños, cárcel de frustraciones, celosía de llantos, carril de convivencia. Mañanas de currelo o de callejeo, tardes quietas o de lectura, noches de pasión o de Facebook. Ningún mes pasa en balde. En las fechas de más éxodo a las playas, Sevilla es habitada por no menos de 250.000 personas. Tras el puente del día 15 la pueblan de lunes a viernes no menos de 400.000. Se merecen un respeto. Que no les consideremos la nada.

En agosto se escribe, pinta y compone para el escaparate cultural. En agosto se trabaja en muchas iniciativas empresariales que harán ruido en otoño e invierno. En agosto descansan poco los sevillanos con vitola internacional de la sociedad globalizada. En agosto se piensa cómo triunfar o cómo sobrevivir. En agosto, muchas familias deciden qué van a hacer con la vivienda o con la educación de sus hijos. En agosto también hay gente que se muere de pena.

El agosto oficial alienta el espejismo de que el agosto real ha sido una página en blanco. Y que Sevilla sólo es tal cuando las caravanas de coches enfilan las carreteras dejando atrás el salitre. No. Los habitantes de su agosto, veranearan o no en julio, no son marmolillos. Ni han dimitido de sí mismos a la espera de que otros en septiembre les muevan como fichas de dominó. Acalorados o refrigerados, son la parte o el todo de vivencias habituales o experiencias sobresalientes. Si no queremos verlas es por un extendido prejuicio contra la vida urbana en agosto, ciertamente mediatizada por las altas temperaturas y por el mayoritario parón laboral. Pero no hasta el punto de negar tanto al prójimo.

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