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La milicia

Uno no se imagina a Llach infligiendo daño alguno a sus vecinos, salvo el que haya podido causar con sus tonadas

Al tiempo que don Pedro Sánchez, en la vieja Tarraco, hablaba de España como nación de naciones, hemos sabido que el Centre d'Estudies d'Opinió quiere indagar entre la población catalana cuánta importancia le conceden al cumplimiento de las leyes, y si la mocedad de aquellas tierras está dispuesta a engrosar la milicia, caso de ser necesario. Ya suponemos que tal necesidad perentoria sería la de hacer frente a los Tercios de Flandes, y a la ocupación española en general, y no la de invadir el Rosellón, porque los franceses igual responden. Aún así, lo más interesante de la encuesta es la forma escogida para interrogar, dulcemente, a la ciudadanía. Y digo dulcemente porque tales preguntas encubren otras cuestiones menos ambiguas, que quedan necesariamente sin formular, para no alentar el pánico entre los encuestados. He aquí, sobre poco más o menos, la secuencia correcta: ¿está usted dispuesto a incumplir las leyes? Y en caso de respuesta afirmativa: ¿está usted dispuesto a defender tal infracción con las armas?

Queda claro que, conceptualmente, la pregunta de peso es la primera. Pero también es obvio que, a efectos prácticos, la cuestión importante es la segunda. Porque una cosa es ser partidario de saltarse la Constitución, que da para varios artículos de fondo, y asunto distinto es desempolvar el arcabuz del abuelo en la masía. Quiero decir que uno no se imagina a don Lluis Llach infligiendo daño alguno a sus vecinos, salvo el daño que haya podido causar con sus alegres tonadas. Todo lo cual nos lleva al memorable Ivá de El Jueves y sus Historias de la puta mili. Y en suma, a aquel sargento Arensivia que divirtió nuestros ocios en los ochenta. Quién será el nuevo sargento palabrón y tosco de la milicia catalana es algo que, hasta el momento, ignoramos. No puede descartarse, aun así, que sea el propio señor Junqueras quien abandere la hueste catalana cuando llegue la hora de atravesar el Ebro.

Quevedo hablaba del "llanto militar" para referirse a la virilidad marcial y un punto melancólica del barroco. Y es esta melancolía la que parece haberse adueñado de los autores del Centre d'Estudies d'Opinió. Se trata de preguntar pero sin que se note; de aleccionar pero sin que lo aprendido aflore. "Soy -dice don Francisco de Quevedo y Villegas, el mayor espadachín del XVII español-, soy un fue, y un será, y un es cansado". Pues eso, pero aplicado al procés, ha dado el fruto inapelable de un ejército fantasma.

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