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EL presidente-candidato Chaves ha prometido en Huelva que si sigue siendo lo primero después del 9-M regalará un bono por valor de sesenta euros a todos los jóvenes cuando cumplan dieciocho años para que se lo gasten en actividades culturales. No se ha cuantificado el coste de la propuesta, pero seguro que no va a desequilibrar los presupuestos supermillonarios de Andalucía. Ningún problema en este sentido.

El problema es otro. De filosofía, y no se asusten, que trato de explicarlo enseguida. Este bono cultural reincide en una concepción paternalista del poder y de las relaciones entre gobernantes y gobernados, que concibe la Administración como un grifo perpetuo con el que se da cobertura no sólo a las necesidades perentorias de los ciudadanos, sino a todas sus contingencias posibles, aun las que se derivan de la inhibición o negligencia de ellos mismos; Se fomenta con ello una moral social blandengue, una ética indolora, que induce a la gente a no esforzarse por nada y a no valorar el mérito ni el sacrificio, puesto que papá Estado siempre estará al quite. La ley del mínimo esfuerzo. La cultura del gratis total.

Naturalmente, con estas prácticas efectistas para halagar a una juventud a la que se instala en la indolencia se ocultan, en realidad, los fracasos colectivos en educación y cultura. En vez de cambiar radicalmente el sistema de enseñanza para que los niños lleguen a la adolescencia con un asomo de inquietud cultural -no sé, que les guste el teatro, leer algún libro o acudir a una exposición-, se les da un chequecito de sesenta euros, como si así se fuera a reformar la galbana que les domina. Llegar a los 18 años debería significar una apelación a la responsabilidad y la madurez; aquí preferimos celebrarlo pagando sesenta euros.

Con los jóvenes todo es por el estilo. Si se emborrachan los fines de semana, siempre habrá un ministro que les garantice alcohol de calidad, nada de garrafón. Como habrá un alcalde que les regale bonobuses y condones si dejan de conducir con alcohol en sangre y cumplen las normas de tráfico. O un consejero que les pase al curso siguiente aunque no hayan aprobado todo el anterior y que incentive económicamente a los profesores, no por enseñar mejor, sino por aprobar a más alumnos. Estamos llegando a un punto en que el simple cumplimiento del deber se gratifica como si fuera heroico y se considera normal dar dinero a la gente si le hace el favor a la sociedad de tener inquietudes culturales (o simularlas).

Sería triste que el legado que dejase el nuevo paso de la socialdemocracia por el poder fuera éste: una sociedad anestesiada con subvenciones y una juventud no exigida, sino jaleada.

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