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la tribuna

José Manuel Aguilar Cuenca

Más de lo mismo, pero cada vez menos

IMAGINE por un instante que un vendedor llega a su casa. Tras saludarle atentamente le anuncia que ha venido a ofrecerle un sistema operativo para su ordenador que describe como novedoso y revolucionario. Usted, cansado de su actual sistema operativo, y buen producto de una educación donde la cortesía era un valor destacado, le hace pasar. Intrigado por lo que viene a traerle le ofrece algo de beber y le acomoda en su salón.

Tras colocar su maletín y dar buena cuenta del vaso de agua que le ha aceptado, el comercial comienza a hablar. Alaba lo limpia que está la estancia, su buen gusto a la hora de elegir los muebles, incluso hace fiestas a ese cuadro horrible que le regaló su suegra cuando acabó el curso de punto de cruz y que usted no tuvo más remedio que colgar para mantener la paz del hogar.

Tras unos minutos de conversación el anfitrión comienza a inquietarse. Ha tenido serios problemas con su ordenador y no hace ni una semana que, por alguna razón que no ha alcanzado a entender aún, se borró parte de un trabajo que llevaba haciendo desde hacía varios días. No es la primera vez que le ha ocurrido esto. Haciendo memoria puede evocar otras tantas ocasiones en las que esa máquina le ha hecho perder la calma, traicionando la extraña confianza que depositamos con total entrega en ellas.

A la media hora, comienza a mirar el reloj, pero aquel hombre parece no darse cuenta del tiempo que le está haciendo perder. Sigue hablando y hablando de mil cosas, ninguna de ellas le importa y, ni mucho menos, de aquello que le ha prometido y que a usted le preocupa.

Finalmente, y ya un tanto nervioso, usted le reclama que le presente el dichoso sistema operativo que tanto promete. El hombre le mira con una sonrisa y guarda silencio. En vez de molestarse asiente lentamente con la cabeza y levanta un dedo para reafirmar lo mucho que le gustan las personas como usted, decididas, directas, que saben lo que quieren. Ésas son las personas para las que el sistema operativo está pensado: gente como usted.

El anfitrión sonríe y abre involuntariamente los ojos cuando ve que su invitado desabrocha su maletín. En unos instantes va a poder tener en sus manos la solución a sus problemas. Ya lo está viendo. No más rabietas delante de la pantalla plana de su ordenador, no más horas perdidas. Va a tener un programa que funciona y le va a hacer la vida más sencilla. No desea nada más. Que funcione. Con eso se conforma.

El comercial saca una caja y la eleva a la altura de sus ojos. Es una hermosa caja, labrada, de Palo santo con incrustaciones de nácar. Jamás había visto usted nada parecido. Con parsimonia la abre y le muestra su interior. Un CD brilla reflejando la luz del techo.

Con delicadeza lo saca y se lo tiende. Sus ojos se abren aún más. No puede creerse lo que está leyendo: Windows 95. Al principio piensa que es una broma. Levanta la mirada hacia su invitado, la vuelve a bajar hacia aquel objeto. Lo vuelve a leer. No se ha equivocado. Vuelve a mirarlo: la sonrisa pétrea no se ha movido ni un milímetro. Los dientes perfectos, más relucientes aún que la superficie superpulida del CD.

Titubeando le pide una explicación. Entonces, y como si hubieran estado retenidas por una presa invisible, un torrente de frases, argumentos, chistes, refranes, giros y mil cosas más llenan la habitación. Cinco minutos, diez minutos, media hora. Usted quiere interrumpirle pero no puede. A cada inconveniente el vendedor le replica con un argumento que parece estar absolutamente medido para rebatir sus objeciones. El tono firme le hace dudar, hasta que comienza a pensar que tal vez lleve razón, que quizás debería darle una nueva oportunidad a esa versión que ya ni recuerda cuándo desinstaló de su ordenador.

El torrente sigue fluyendo, sin contención, abrumador, llenando sus sentidos. Es como si toda la habitación se hubiera llenado de aquellas frases que loan la bondad de aquel sistema operativo. Usted cada vez baja más la mirada, le da vueltas al objeto, lo sopesa en la mano. Podría ser cierto. Podría funcionar. A fin de cuentas, es de una empresa grande, con un largo recorrido.

Sin saber cómo tiene un bolígrafo en la mano y está firmando un cheque por el valor que le ha pedido el vendedor. Lo dobla y lo introduce en su maletín. No sabe muy bien por qué ha hecho eso, pero ahora ya es tarde. El vendedor está de pie y le tiende la mano, dirigiéndose inmediatamente hacia la puerta.

Va a su ordenador y lo enciende. Aquella máquina ronronea, casi parece pedirle disculpas por las veces que le ha fallado. Entonces se da cuenta. Baja la mirada hacia el CD y se pregunta cómo alguien ha podido tener la habilidad y la caradura para venir a usted y venderle una idea tan vieja y fallida. Cómo a nadie se le ha podido pasar por la cabeza que iba a vender un objeto obsoleto, superado, inútil en una máquina con la tecnología actual.

Entonces sonríe y se da cuenta de que usted lo ha comprando.

Si esta historia le parece extraña o imposible no estaría de más que revisara el mensaje, perfil y actuación de todos y cada uno de los candidatos que se han presentado a las últimas elecciones en nuestra comunidad autónoma y, para mayor sonrojo, las propuestas de IU al PSOE para formar parte del gobierno de nuestra tierra. Tal vez entonces cambie de opinión.

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