Visto y Oído

francisco / andrés / gallardo

A motor

PUEDE sorprender todavía que el personal quede embaucado en horas y horas de reality show donde parece que en verdad no pasa nada; en galas musicales que se hacen interminables; en tertulias, que según los ojos, son apasionantes o simplemente cargantes. Algo de eso sucede con ese programa donde los coches parecen dar sólo vueltas y vueltas, con el añadido frustrante de que además parece que siempre gana el mismo. Y además, alemán.

La Fórmula 1 se presenta en las audiencias como el segundo deporte nacional televisivo (por detrás del fútbol cuando son los dos grandes o la selección). Una competición que interesa porque "se entiende": el espectador aficionado se involucra en la calidad de los neumáticos o en las tácticas de las paradas y de los volantazos. El mérito en buena parte ha sido de Antonio Lobato y de sus comentaristas, quienes se rompen las camisas por sus interpretaciones del asfalto y por esa fascinación hacia Fernando (como si fuera el de la balada de Abba) que traspasa el forofismo.

Esos ingredientes, la jerga cómplice, las sensaciones compartidas, la popularización de un producto que se antojaba elitista, el superhéroe local, son los que compensan el tedio deportivo que predomina en la mayoría de las carreras . Sin victoria (de Alonso) no hay paraíso, pero al menos hay unos 3 millones de españoles de media que siguen los coches a toda costa, añorando cómodos triunfos asturianos o al menos aquellos duelos directos con el malísimo de Hamilton. Pero sinceramente, a los rugidos le faltan mucha emoción.

Los motores aguardan ya a otra temporada, que aún no tiene dueño para emitir en España. La subasta de Mediapro se la jugarán entre Antena 3 y Telecinco. Las promesas de Alonso y Ferrari marcarán la prima de riesgo de la puja. Con el asturiano lejos de la pole, la Fórmula 1 sigue siendo atractiva para muchos, pero se vislumbra como "sólo coches dando vueltas" para toda esa gran porción añadida de público que lo haría rentable publicitariamente.

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