La ciudad y los días

Carlos Colón

El motorista y la bulla veneciana

EL otro día se produjo una bulla veneciana en el barrio de Santa Cruz. La llamo veneciana porque reunía los dos requisitos que se dan en las calles que van de San Marcos a Rialto. Que no es ir desde el restaurante italiano de la calle Cuna al cine -que en paz descanse- de la plaza Jerónimo de Córdoba en el que vimos Petulia, El silencio de un hombre o ¿Arde París?, porque nos estamos refiriendo a Venecia. Que no es la tienda de marcos de la calle Cuna, sino la hermosa e inundada perla del Adriático.

Decía que la bulla en la que me vi metido en Santa Cruz era veneciana porque: a) sin más motivo que la torpeza, no se podía dar un paso desde el colegio de Mesón del Moro a Ximénez de Enciso, prieta la bulla multicultural como si fuera una bulla nativa en espera de salida de cofradía (fuera de algunas calles sevillanas el Domingo de Ramos, no he conocido bullas como las de Venecia); y b) las otras calles del barrio estaban vacías, pero a los turistas les había dado por adentrarse en las sentrañas mías de Santa Cruz por ahí, y no por Rodrigo Caro, Consuelo o Jamerdana (Venecia, saliéndose del circuito San Marcos-Rialto marcado por flechitas, está también vacía). Pero además estaba el hecho diferencial sevillano.

En plena bulla un motorista iba a lo suyo con esa cara impávida de tener todo el derecho del mundo para hacer lo que hacen que ponen los conductores que meten en el coche a la santa esposa, los niños, la suegra y un primo del pueblo que ha venido a ver las procesiones, y pretenden que la bulla que lleva una hora aguardando el paso de una cofradía se abra ante ellos como el Mar Rojo ante Charlton Heston.

Subido en la moto que tenía en marcha, atufando al personal con los humos del tubo de escape, el caballero pretendía que todos nos volatilizáramos para que él pudiera seguir su camino. Que la calle estuviera acolassá de público, y además se tratara de una vía peatonal, le traía al fresco. Él quería llegar a su casa en moto. Y como esto es Sevilla, lo debió lograr al precio de hacer aún más molesto lo molesto.

Esto no sucedió porque el hombre fuera motorista, sino porque era sevillano: curioso grupo humano que sólo entiende de derechos y no de obligaciones. Lo mismo da que fuera en moto, en patinete o en bicicleta. ¿O nunca le ha pasado rozando una bicicleta por una calle peatonal, y además tocando el timbre para que se quiten los peatones? Por eso es de aplaudir que se prohíba a los ciclistas que circulen por 27 calles peatonales del centro entre la Plaza Nueva, el Duque y la Encarnación. Aunque, como el motorista de la bulla veneciana, no lo respetarán.

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